Antes de nada...

Este es un blog en el que se publica una historia, cada entrada la continúa empezando desde la más antigua, la parte uno.
NO es el fenómeno literario de la década, tan solo una historia aun sin acabar, con muchas cosas que corregir, muchos detalles que añadir y sin ni siquiera un título...es un conjunto de "hojas en sucio", un borrador.
Dicho esto únicamente espero que lo disfrutéis y por supuesto critiquéis.

martes, 25 de diciembre de 2012

Capítulo 10.


DIEZ
UN ÚLTIMO “HASTA PRONTO”
Narra Anouk
 
Era cierto, la estaba besando, llevaba tanto tiempo esperando aquello... nunca había sido un hombre, pensaba que ser un hombre era ser duro y firme tal como me habían enseñado. Justo entonces supe que me equivocaba.
En ése momento éramos uno solo y duraría para siempre, por desgracia en la vida real solo era cuestión de segundos perderla.
Ése pensamiento me hizo intensificar el beso y abrazarla con fuerza, no quería dejarla ir, no podía ahora que de verdad la tenía conmigo. Pero aquel beso tuvo que romperse.
Nos miramos a los ojos, ambos llenos de lágrimas, durante unos segundos y ella cogió su guitarra y, sin dejar de mantenerme la mirada, se separó de mí y se metió en el coche que arrancó segundos después.
Y me quedé allí solo, viendo su coche alejarse y sintiendo una presión en el pecho que no me dejaba respirar. Le pegué una patada a la valla de la casa con todas mis fuerzas antes de dejarme caer en el suelo. Las lágrimas comenzaron a caer, las lágrimas que había contenido durante tanto tiempo, que nunca había dejado salir. Ella misma me dijo “llorar es humano”. 
Estaba tirado en el suelo, llorando. Nunca había sentido algo así, puro dolor y ni un rasguño. Era otro tipo de dolor, uno que nunca había experimentado, el dolor del corazón... que ahora estaba roto y solo. Aún así, chocando con el odio que me invadía, que luchaba con el amor para perder la conquista de mis sentimientos entonces.
Yo que siempre había sido tan impasible a todo, tan distante.
Me levanté con dificultad, tirando de mi mismo y me dirigí hacia mi caballo. Me subí, apreté los puños con decisión y dejé atrás aquella casa, junto a un pedacito de mí.
Al llegar al poblado los chicos me esperaban y todos me abrazaron, me dijeron en mi opinión demasiadas palabras de consuelo, pero yo no las necesitaba, no las quería. Lo único que quería era echarme y no despertar, así que me dirigí a una zona despejada y me tumbé boca arriba. Lo único que hacía era pensar y pensar en tantas cosas... todos eran pensamientos de rabia, que eclipsaban los pensamientos buenos de aquel momento que habíamos vivido. Un cosquilleo recorría mis piernas impulsándome a salir corriendo, pero no tenía fuerza. Me movía bruscamente cada vez que me recordaba que ya no estaba aquí.
Tanto tiempo enamorado de ella, ni yo mismo quería admitirlo... sólo era una cría sin la cual no podría vivir.
 
Cuando la conocí sólo podía mirarla con la ternura que ella me producía; sus ojos azules, limpios y sinceros, sus labios finos, su piel clara y suave, su pelo, su cuerpo, tan pequeño y ligero junto al mío y a la vez perfectamente esculpido. Aquel día que la conocí cambió mi vida, solo que yo aún no podía darme cuenta. Nunca podría acostumbrarme a una vida sin ella, sin su risa, sin su espontaneidad, sin su cariño, sin su mirada... sobretodo sin su comprensión constante, solo ella sabía tratarme, me conocía y era la única que sabía “domar a la bestia”. No podía vivir sin ella, no podía.
Esperé al último momento para hacerle ver lo que sentía por ella, siempre intentando ser un hombre me comporté como un crío... no podía contener la rabia, la impotencia.
Sumido en mis pensamientos finalmente me quedé dormido.
 
Durante el día sólo pude pensar en lo que implicaba estar solo, ¿por qué nunca me había dado cuenta de que estaba solo? Martha y Daku, ahora mi hermana y Jack... yo era el único que con veintiséis años no había formado una familia. Era el raro, no estaba cumpliendo con la tradición, con lo que se supone que es normal y cada día me sentía más desplazado de mi gente.
Y pasó el día, en apenas un abrir y cerrar de ojos.
Me tiré a dormir con el sincero deseo de no volver a despertar hasta... no sé, ¿primavera? O quizás hasta que ella estuviera de vuelta.
Clair. Tanto tiempo a mi lado y no supe apreciarla lo que debía... ya no estaba. Maldita sea, Clair.
Sólo podía pensar en ella, cada noche y cada día, nunca habíamos pasado tanto tiempo separados desde que me fui, nunca. Éramos uno y me gustaba, es fácil acostumbrarse a algo bonito, pero casi imposible desacostumbrarse. A mí me estaba costando la cordura. Ya no era cuestión de amor, aunque la amaba nada podía reemplazar nuestra amistad... en mi lista de recuerdos dejé atrás aquel perfecto beso.
Pasaron semanas así, estaba en una de mis peores noches, ya llevaba horas sin conseguir pegar ojo y no podía más.
            -Maldita sea, menudo debilucho estoy hecho que llevo semanas llorando como un bebé. Soy un completo estúpido... –murmuré con esa sensación de rabia en mi estómago, golpeando mi cabeza contra la tierra- Solo cinco años y estarás de vuelta, pero... no puedo esperarte tanto. Joder Clair, no soy suficiente para ti, no debería interponerme en tu camino... encontrarás a un hombre con dinero, estudios y... camiseta –sollocé, sin parar de negar con la cabeza- pero ¿qué me has hecho para que no pueda dejarte ir?
Cuando alguien que siempre has tenido se va, te das cuenta de que le echas de menos y es entonces cuando ves que ya no volverá... y eso era lo que creía imposible asumir.
Entre murmullos a mí mismo me quedé dormido, una noche más, o eso creía. Me desvelé sin remedio de madrugada, había tenido una pesadilla de nuevo y no podría volver a conciliar el sueño. Revolviéndome inquieto tuve una idea disparatada, más que una idea, fue un empujón de la fuerza magnética que me unía a Clair.
Salí con sigilo en dirección a su casa a lomos de mi caballo, sin saber siquiera mi propia intención.
Subí con cierta impaciencia a la habitación de Clair jugando con el truco de su ventana, por la que tantas veces me había colado. Al entrar me envolvió aquel aroma característico suyo, me quedé parado y me concentré en el olor, y di un paso más, todo estaba vacío... sus pósters de los Beatles, sus cuadros, todas esas cosas de estilo hippies que ella ponía en las paredes y estanterías con todos esos pósters sesenteros, su caza-sueños, sus fotos... no quedaba nada, a excepción de libros en los estantes y algunas fotos. Observé detenidamente aquellas fotos que siempre habían estado allí y que yo nunca me había parado a mirar. En una de ellas estaba ella con unos seis años más o menos sentada en el césped de su jardín que casi la sobrepasaba en altura. Se la veía reír con sus pequeños dientecitos y miraba al objetivo con sus preciosos ojos azules, entonces más claros que en la actualidad. Me sonreí a mí mismo, tan linda...
En la siguiente foto salía tocando un piano de cola, ya adolescente, no mucho antes de yo conocerla. Lucía un bonito traje azul por la rodilla y tenía el pelo recogido en un moño alto. Parecía ser la protagonista de un concierto de piano y estaba guapísima.
En la última foto su rostro actual me devolvía la mirada directamente, salía de frente sentada en la moqueta de su casa, sonreía ligeramente mostrando los dientes, rodeando su guitarra con sus delgados brazos escondidos bajo el chaleco ancho que llevaba, como si abrazara el instrumento
Cogí el marco y lo miré durante unos segundos... contemplé su preciosa sonrisa con esa ligera separación en las paletas, sus ojos tan inocentes mirándome, el pelo cayendo sobre sus hombros... Cogí la foto y la guardé. Me acerqué a su cama, dubitativo, pero finalmente me senté en ella y me derrumbé sobre su almohada en un llanto inconsolable y silencioso, que amenazaba con durar eternamente.
Me obligué a marchar, a cesar con la tortura. Y bajé con torpeza por la ventana, guardé la foto en una bolsa de piel que llevaba cruzada rodeando mi cadera y cabalgué hasta que llegué a casa, donde la saqué para mirarla de nuevo.
Después de pasear en la mañana solo por la selva, busque a los chicos cuando ya era la hora de comer. No veía a nadie, April, una chica del poblado, se acercó a mí.
            -Se han ido todos y te han estado buscando para que vayas con ellos pero no estabas, así que me he ofrecido a “buscarte” –me dijo April con una sonrisa- Al parecer solo yo te había visto salir del poblado, preferí no decir nada, así que...
            -April, muchas gracias. No creo que estuviesen de acuerdo con que me “torturara” más yendo a...
            -Sé donde has ido –me interrumpió-
            -A la selva...
            -Sé que de madrugada has ido a su casa, te oí marchar –insistió April.- Escucha, yo te comprendo, comprendo que estés así, es normal...
            -Pues parece que eres la única que piensa así, en cualquier caso, gracias de nuevo.
            -Es un placer Anouk.
            -Oye... ¿te apetece comer conmigo? En vista de que todos se han ido... –le pregunté a April-
            -Claro.
 
Y así fueron las cosas. Al principio todo era como antes, la quería. Con el tiempo y aun queriéndola, me acostumbraba a vivir sin ella.
De hecho, me apoyé bastante en la amistad que empecé a forjar con April, la joven de mi poblado.
Y así fue como sucedían los años.
Pasó un año, pasaron dos años, tres... habían pasado cuatro años desde que Clair se había marchado. 

Capítulo 9.


NUEVE
LA NOTICIA

Había llegado el día, el día en el que iba a darles la noticia a todos y me dolía, no me sentía capaz, sobretodo por Anouk.
Aquella tarde estaba en mi cabaña con algunas cosas de merienda esperando la llegada de los chicos, ya que el día antes había quedado con ellos allí.
Un rato después llegaron, tan animados como siempre. Anouk se dirigió a mí y me besó en la frente como siempre hacía antes de revolverme el pelo con gesto divertido.
         -¿Qué es eso tan importante que tenías que contarnos? –dijo Lucy, mientras todos se sentaban en el suelo-
         -Bien… sólo quiero que no os lo toméis mal, que me entendáis… -balbuceé, seguida de Anouk traduciendo-
         - No nos asustes Clair –añadió Martha en boca de Anouk de nuevo-
         - A ver yo… -musité observando la expresión preocupada de Anouk, que me observaba con fijeza- Me han concedido una beca, la carrera que quiero estudiar en la universidad de Italia con todos los gastos pagados. Es una gran oportunidad para mí y… son cinco años.

Todos me observaban sin parpadear, Anouk no había traducido pero no parecía hacer falta. Yo apenas podía contener las lágrimas al ver sus caras. Retiré mi larga melena de los hombros recogiéndomela en una cola baja, me estaba agobiando el pelo en ése momento.
Nadie articuló palabra, Lucy se echó las manos a la cara y Jack le puso la mano en el hombro. No sabía qué más decir.
         -¿Cuándo? –preguntó Senga, pude entenderla-
         -En una semana –murmuré-
En ése preciso instante, Anouk se levantó de golpe y se fue de la cabaña con paso firme sin decir nada, escuchamos su caballo alejarse solo segundos después. Me levanté y corrí a la puerta.
         -¡Anouk! –grité echándome las manos a la cabeza-
Todos salieron a mi encuentro y se pusieron junto a mí, con lo que parecía intención de consolarme. Lo agradecí, pensé que se enfadarían.
         -Tranquila, eso es algo muy bueno para ti, nos duele que tengas que irte pero no te tortures, pasará volando y tu vida tiene que continuar en un camino que es distinto al nuestro, sabías que llegaría un momento así –me susurró Lucy de parte de Martha, que ponía sus manos en mis hombros-
         -Martha esto es algo nuevo para mí... no quería asumir que un momento así llegaría –murmuré negando con la cabeza- no quiero dejaros, no quiero dejar a Anouk y menos que algo cambie entre nosotros, se ha enfadado… -dije con dificultad y los ojos inundados en lágrimas. Daku intervino en boca de Lucy.
         -Lo entenderá, tiene que hacerlo. Él pensaba que esto duraría para siempre, pero no estamos en un cuento y nuestras vidas son muy distintas. Aunque cueste, tendremos que superar esta fase para encontrarnos con toda la alegría del mundo cuando nos volvamos a ver.
Daku tenía toda la razón, en ese momento solo quería que Anouk volviera y me abrazara, no quería defraudarle, y apartándome de él, lo estaba haciendo.
Aquella tarde transcurrió con conversaciones sobre planes que haríamos, antes y después de mi partida. Pronto todos se marcharon y le pedí a Lucy que hablara con su hermano, necesitaba hablar con el y su hermana seguro que le convencía.
Nunca pensé que llegaría un momento así, en el que me sintiera tan asustada.
¿Y si no encajaba? ¿Y si saliera mal? ¿Y si no volviera a ver a los chicos? Y lo peor… ¿y si Anouk no me perdonaba?.
Demasiada presión, yo estaba acostumbrada a una vida muy tranquila, y ahora…
Esa noche me acosté lo más pronto que pude. Tendida boca arriba en mi cama muerta de calor sin apenas ropa sólo podía pensar en Anouk, le había dolido… estaba dolido por mi culpa. Me fue imposible contener las lágrimas, que resbalaron por mi rostro, mojando la almohada y haciendo que me hirvieran las mejillas. Suspiré y cerré los ojos.
No tardé en quedarme dormida.
A la mañana siguiente me levanté con los ojos pegados de las lágrimas de la noche anterior, y comenzó un día más de los siete que me quedaban allí.
No vi a Anouk al día siguiente, ni al otro… estuve con los chicos eso sí, pero Anouk no vino ni un solo día y ninguno de ellos me quería decir el por qué. Los días que deberían haber sido los más felices y en los que tenía que disfrutar mis últimos momentos allí, se habían convertido en apáticos, tenía la mente y el corazón en otra parte… ni yo misma había asumido mi marcha y menos que Anouk estuviera enfadado y que estaba pasando mis últimos días sin él. Por supuesto había sido mi culpa... tardé mucho en decírselo, se lo había ocultado y no contenta con eso le incité a filosofar conmigo sobre si lo nuestro acabara.
Ya llegó la gran noche, la noche antes de irme. No podía dormir, para variar. Mis maletas estaban junto a la puerta, yo estaba en la cama recién duchada con el pelo aún húmedo sobre la almohada, pensando. Llamé a Baguira, para que durmiera conmigo, para abrazarlo todo lo posible aunque con lo grande que estaba ya casi no cabíamos en la cama los dos, pero bueno, se acostó a mi lado y acaricié su largo pelo negro, abrazándole con fuerza.
Comenzaron a resbalar lágrimas por mis mejillas, como cada noche desde que no veía a Anouk. Nunca había llorado tanto en tan poco tiempo, tampoco había tenido motivo…
Pasaron horas y aún no conseguía pegar ojo, a ratos lloraba sin sentido, sentía el corazón en la garganta latiendo cada vez con más fuerza, como si fuera a salir. Me levanté, rebusqué en mis cajones y cogí el dibujo de Anouk, aquel que hice el día que le conocí y me volví a acostar con él en la mano. Finalmente en pocos minutos, me quedé por fin dormida.
A la mañana siguiente abrí los ojos al sentir un leve zarandeo, mi madre vino a despertarme con media sonrisa mientras mi padre bajaba las maletas.
Me levanté, me puse una camiseta de tirantas blanca y una camisa roja a cuadros desaliñada encima con unos vaqueros, me colgué la guitarra a la espalda y bajé a la entrada, donde mis padres me esperaban para subirnos en el coche. Eran las siete y media y el avión salía a las diez así que mi padre salió y metió las maletas en el coche.
Fui a la cuadra a despedirme de Nala, me abracé a su cuello acariciándola, susurrándole… cuánto la iba a echar de menos. Salí y llamé a Baguira con unas palmadas en las rodillas, que se abalanzó sobre mí teniendo ya casi mi misma altura. Le comí a besos, le quería tanto. Cuando me disponía a subirme al coche, mi padre me avisó de que un caballo se estaba acercando y se me encogió el pecho. Era él.
Mis ojos se pusieron llorosos al segundo, no quería llorar de nuevo... pero la situación era tan frustrante.
         -Te damos unos minutos cielo, no más ¿de acuerdo? –dijo mi madre con fingida indiferencia, antes de meterse con mi padre en el coche-.
Me retiré de al lado del coche dirigiéndome a Anouk con paso firme, aunque casi corriendo. Él se bajó se su caballo de un salto, como siempre venía tan solo con un taparrabos de piel raído, el pelo revuelto y descalzo... Justo cuando fui a decirle algo me rodeó con los brazos, casi aplastándome contra él. Rompí a llorar en su pecho y le di un leve puñetazo en él de pura rabia, no sabía hasta qué punto le había echado en falta.
Él me separó de su pecho cogiéndome con fuerza de los brazos, sus ojos estaban rojos e inundados y sus labios tensos. Algo dentro de mí me detenía para que no hablara, o quizás algo dentro de él... que tampoco habló, no iba a hacerlo, estaba segura. Por un segundo, tuve miedo de Anouk.
En silencio, no hacía falta decir nada. Las lágrimas no dejaban de caer en mi rostro, no lo podía evitar, pero entonces Anouk me acercó a él de un modo que la sensación de miedo desapareció, pegó su cara a la mía y secó mis lágrimas con sus labios, deslizándolos lentamente sobre mis mejillas. Sentía su respiración en mi piel y mi corazón comenzó a agitarse. Cerré los ojos. Él tomó mi cara entre sus manos, uniendo sus cálidos labios con los míos, me dio un beso suave y se pegó más a mí. Ambos respirábamos con fuerza y Anouk volvió a besarme, ésta vez con más intensidad. Le rodeé con los brazos, correspondiendo a su beso que poco a poco se hacía más agresivo, más fuerte. Un beso que ardía de rabia y se derretía de amor, ese beso que nos partiría el corazón a ambos, pero que no quería romper. Quería que durara para siempre, ese beso dulce que sabía a amor y que me haría recordar que mi verdadero hogar siempre estaría allí.
            -Vete Clair, adiós –dijo Anouk, con la voz más grave que jamás había oído-

Capítulo 8


OCHO
DECISIÓN

El año transcurrió rápido, el verano, el mejor de mi vida, que lo pasé con Anouk claro, y muchas veces con los otros jóvenes de la tribu.
Miles de excursiones, me enseñaron cosas en las que nunca había pensado o simplemente no conocía, pequeñas fiestas, películas que ellos nunca habían visto. Mi mente se abría, cada día veía las cosas de forma distinta y aprendía a comportarme diferente conforme pasaba el tiempo… más natural, más salvaje y, según yo misma deseaba, más aborigen.
También días sola con Anouk… menos él todos eran ya como mis hermanos después de que poco a poco se estrechara la relación. Anouk era más que un hermano, era ya casi como parte de mi misma... era un vínculo natural inexplicable, un lazo invisible entre nuestros cuerpos. Nada podía estropear aquello.
También transcurrió un bonito otoño, breve y muy tranquilo que fue seguido por un invierno que se hizo bastante largo, yo seguía siendo aquella chica rara en el colegio pero ahora no importaba, estaba feliz, a pesar sobre todo de la dificultad de los examenes y el curso. Y así día tras día, mes tras mes, transcurrieron dos años. Cortos pero intensos, como se suele decir. Con baches y contratiempos, pero muy felices, sorprendentemente felices.
Ya tenía dieciocho años, nada parecía haber cambiado desde que solo tenía quince. Unos cuantos centímetros más alta, más recuerdos almacenados y un poco más veterana después de haber dejado atrás mi adolescencia.
Era agosto, en absoluto un agosto tan feliz como los dos anteriores. Me había llegado la respuesta a una carta que envié solicitando una beca para estudiar la carrera en el extranjero. Me la habían concedido, estudiaría biología en Italia ese mismo año.
No sabía qué sentir, era bueno para mí eso de la beca, pero dejaba tanto atrás… Cinco años, cinco largos años fuera, además muy pero que muy lejos de casa.
Alargué la espera antes de darle la noticia a Anouk y a los chicos. Esa misma tarde salí con él a pasear.
Acabamos jugando como críos, hicimos carreras con los caballos en las que Anouk ganó siempre, excepto un par que me dejó ganar a mí. Me reí muchísimo aquella tarde, tantas carcajadas de las que salen de lo más profundo de la garganta, naturales. Anouk también rió conmigo y fue su sonrisa la que me hizo sentir culpable, su risa era un nudo en mi estómago que no dejaba de recordarme la realidad. Aquello iba a terminar. A veces las cosas parecen para siempre pero nunca es así, nada es para siempre.
Cuando caía ya la tarde estábamos en aquel trocito de cielo al que Anouk me llevaba a ver luciérnagas y ya nos disponíamos a irnos. Al atravesar en caballo el claro donde nos conocimos me detuve en seco y me bajé del caballo.
         -¿Qué haces? ¿Ocurre algo? –quiso saber Anouk-
         -No nada, sólo que... anda, ¿querrías bajar aquí conmigo?
         -Claro, ¿va todo bien? –dijo bajándose del caballo y acercándose a mi lado-
         -Sí, sólo quiero que nos sentemos un rato. Como el primer día ¿recuerdas? Aún recuerdo lo mal que hablabas –dije entre risas, con aires de nostalgia-
         -Siempre salgo tan favorecido en tus recuerdos –añadió irónico-
         -Ja. No vamos, hablo en serio. Ha pasado mucho tiempo y temo olvidarlo...es bonito, fíjate en nosotros ahora –dije sentándome en el césped-
         -No lo olvidarás porque yo estaré aquí para recordártelo. Somos dos personas con suerte, nos encontramos aquí mismo y tiempo después seguimos estando en el mismo lugar, juntos. –añadió tumbándose boca arriba sobre el césped-
         -¿Cómo sabes que no terminará Anouk? –me recosté sobre mi antebrazo, mirándole- ¿Y si tenemos que separarnos? ¿Y si esto termina?
         -No será así Clair, no iba a dejarte ir. No sé por qué te preocupas tanto, tranquila. Ahora estamos aquí, no sabemos qué ocurrirá mañana... así que disfrutemos hoy –dijo él girando la cabeza hacia mí-
         -Tienes razón, ya está, no le demos vueltas –concluí tumbándome boca arriba mirando al cielo, ya estrellado-
         -Tú no te preocupes, al fin y al cabo las cosas avanzan solas.
         -Quiero que sepas algo Anouk –dije sin apartar la vista del cielo, dispuesta a decirle aquello que sentía por muy absurdo que sonase-
         -Te escucho.
         -Eres Peter Pan, ¿recuerdas a Peter Pan?. Quiero darte las gracias por haberlo sido todo este tiempo.
         -No sé qué decir a eso, ojalá pudiera ser niño para siempre ¿no?... tú para mí has sido eso y más, pero bueno ya lo sabes... eres como Wendy, pero tú te has quedado en Nunca Jamás conmigo... ella se fue –dijo él, torciendo el labio en una sonrisa-
         -Tienes razón y... sólo era eso –dije riendo- nunca te doy las gracias.
Anouk me rodeó con los brazos  y yo me pegué a él como un animal asustado, esperando que el nudo de mi estómago desapareciera. Y allí nos quedamos observando las estrellas, en ese silencio que tanto nos gustaba y en el que nos lo decíamos todo sin articular palabra.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Capítulo 7.


SIETE
LA AUSENCIA

Después de ese día de mi cumpleaños toda mi atención la dediqué a mi nuevo cachorro, estaba ilusionada con él, casi como si fuera un bebé.
Anouk no vino a buscarme cuando ya habían pasado cuatro días y, aunque mi pequeña mascota me había mantenido distraída de él, no fue indiferente para mí dejar de verle de repente. Por ello no tardé en ir al claro donde solíamos vernos y gritar su nombre, “estará ocupado, tendrá otras cosas que hacer” me decía a mí misma.
Cuando ya había fallado dos días buscándole donde siempre nos veíamos, tomé la indiscreta decisión de ir a buscarle directamente donde estaba su tribu.
La imagen me dejó desolada, no había ni rastro de que allí hubiera habido personas viviendo. No era posible, ¿qué pasaba? ¿dónde estaba toda aquella gente que apenas cuatro días antes había visto allí?
Estaba en estado de shock, ni siquiera me planteaba motivos por los cuales estaba todo vacío. Me senté en el suelo, pensé… no, no era posible ¿y si era un sueño? Más bien una pesadilla, o peor aún ¿y si el mismo Anouk era un sueño?
De un modo u otro, mi corazón lo único que veía claro en ese momento es que no estaba, que había desaparecido. ¿Nunca habéis quemado el centro de un papel con un cigarro? Se abre un agujero y los bordes se quedan ardiendo y lo agrandan lentamente. Bien, esa fue la imagen de mi misma que se me vino a la mente sentada allí en medio de la nada, intentando encajar una ausencia inexplicable.
Volví a casa y corrí a hablar con mi padre, planteándome que la propia soledad me hubiera hecho imaginarme o soñar todo aquello que había vivido con Anouk. Le pregunté si él conocía a Anouk, si existía... me dijo que claro que sí, existía ¿cómo no?. Le expliqué a mi padre lo que ocurría y me dijo que debía tener en cuenta que las tribus aborígenes son nómadas.
De primeras ya sabía que no estaba perdiendo la cabeza, algo más importante de lo que parece. Corrí a mi cuarto y me encerré, miré el dibujo de Anouk una y otra vez, recibiendo una punzada en el estómago cada vez que me asaltaba el pensamiento de que se había ido definitivamente. Eran nómadas... ahora estaba claro.
Mi problema era pensar demasiado, pero no podía evitarlo... todo lo que tenía en mi cabeza era a Anouk. Me hacía preguntas, recordaba palabras suyas intentando encontrar alguna insinuación de su marcha. Conforme pasaron los días, comencé a darme cuenta de que me estaba destrozando. Sólo su ausencia en sí mataba cada resquicio de esperanza que albergaba, impidiéndome pensar con claridad y comportarme de forma normal. Me dolía hasta un punto casi físico.
Mis padres al poco tiempo se mostraron preocupados... “¿por qué no comes Clair?, ¿te encuentras mal?, ¿por qué no sales?, tienes que terminar con este comportamiento...”
Me gustaría haberles podido hacer caso, pero ni yo misma me conocía, a medida que su falta cumplía semanas yo empeoraba, mostrándome más incrédula aún.
Escribía poemas, cuentos y una canción, todo en base a él. Y rasgaba cada día los acordes de aquella canción en mi guitarra, tarareaba la melodía junto al piano y me susurraba la letra a mí misma. Acabaría conmigo.
Transcurrieron cuatro interminables, tristes e incluso agónicos meses sin saber nada del que se había convertido en un apéndice de mi propia alma. Más de ciento veinte días preguntándome si estaría bien, pidiendo por que no le pasara nada malo y suplicando en el mismo vacío que había dejado que volviera.
Cuando su ausencia cumplía ciento veintitrés días, el timbre de mi casa sonó insistentemente. Y, como cada día desde que él no estaba, corrí escaleras abajo como si me llevara el diablo deseando que fuera Anouk. No era, una vez más... lo curioso es que no era nadie, todos los alrededores de la casa estaban desiertos. Parecía que el timbre hubiera sonado por arte de magia, me asusté bastante y si era una broma no estaba precisamente receptiva.
Aprovechando que estaba sola en casa y que ya me había levantado por culpa del timbre decidí salir a montar, una vez más, y me dirigí al lugar favorito de Anouk donde estaba aquel laguito de la última vez que estuvimos.
Cuando estaba allí me senté y comencé a hablar con Nala –locuras en la intimidad- cuando de repente una frase surgió en mi mente: “Es demasiado peligroso estar aquí sola”
Lo primero que pensé al respecto es que hasta mi propia conciencia estaba harta de mi, se emancipaba y me aconsejaba desde lo lejos. Que absurdez.
         -Hay dingos cerca y en el lago hay cocodrilos –susurró una voz a mi espalda, provocando que se me erizara todo el vello del cuerpo-
         -No... –sollocé, sin moverme ni un milímetro-
Entonces unas piernas masculinas desnudas me rodearon desde atrás y unos brazos firmes abrazaron los míos. Estaba sentado detrás de mí, era él. Sólo pude llorar y dejar que mi cabeza cayera hacía atrás, sobre su pecho.
“Perdóname” susurraba sin descanso, pero yo seguía sin querer hablar, no podía... seguía llorando, no sabía si sentía rabia, tristeza, enfado o añoranza, estaba confundida. Me giré hacia él y cobijé mi cara en su cuello. Él respondió haciéndome caricias con su mejilla y así terminamos como si fuéramos dos animalillos que no pueden hablar, rozando incesantemente nuestras mejillas y nuestras narices, enredando nuestros cuellos en un abrazo sin manos... como auténticos animales.
Por fin estaba conmigo y ya no le dejaría ir, me prometí a mí misma que nunca más me separaría de él... que ilusa era.

Capítulo 6.


SEIS
CUMPLEAÑOS

Pasaron los días y las semanas con esa maldita escayola, Anouk venía a verme casi todos los días e incluso me llevó a pasear en caballo más de una vez. Hasta tres semanas después que por fin me la quitaron. Lo único bueno que sacaba de la escayola era que mi padre se había hecho muy amigo de aquel apuesto médico, Lewis Wisk y había venido más de una vez a cenar a casa con su esposa, Helen. Eran gente muy agradable y parecían congeniar a la perfección con mis padres.
Pasó el mes de agosto volando, todo parecía ir muy deprisa y sorprendentemente bien; estaba muy bien con mi familia, tenía a Anouk siempre conmigo y los amigos nuevos que mi padres estaban conociendo se hacían míos también. Estaba feliz, rodeada de la gente que quería.
Así transcurrieron aquellos meses, que pasaron exageradamente deprisa. Mi amistad con Anouk crecía cada día, casi nos habíamos convertido en dependientes el uno del otro, éramos uña y carne como se suele decir. Ahora ya dejaba la ventana abierta a posta.
Ya era final de marzo y llevaba una semana sin ver a Anouk y como apenas tenía formas de localizarle...
Al día siguiente, abril y mi cumpleaños. Cumplía dieciséis y bueno, no tenía muchas ganas de que ocurriera, nunca me ha gustado celebrar mi cumpleaños. 
Ésa última noche de marzo me acosté algo inquieta, como una niña pequeña el día antes de navidad, pero dormí de un tirón, como siempre.
A la mañana siguiente mis padres me despertaron con euforia y cantándome el cumpleaños feliz. Mi madre llevaba una bandeja con el desayuno, me había hecho un gofre con chocolate, mi favorito.
Me incorporé en la cama sin poder ocultar la sonrisa y mi madre colocó la bandeja sobre mí. Desayuné de lo más tranquila y bajé con mis padres al salón y me encontré que mi abuela estaba también allí. Corrí a abrazarla, hacía mucho que no la veía.
Y así pasó toda la mañana, con mi familia. Mi abuela me regaló un colgante de plata precioso, era la cola de un delfín pequeña, con una cadena también en plata muy fina. Me encantó. Me extrañó que mis padres no me regalaran nada, siempre son los primeros en darme un regalo cada año, aunque bueno, no le di importancia, no necesitaba ningún regalo.
Comimos los cuatro juntos, tortellinis rellenos de queso y después de terminar sonó el timbre de la puerta.
-Ya voy yo –dije al tiempo que soltaba mi plato sobre el fregadero-
Me dirigí con paso ligero a la puerta de entrada y al momento me di cuenta de que mis padres y mi abuela caminaban justo detrás mía. Me giré hacia ellos.
-¿Qué ocurre? –pregunté extrañada-
-No pasa nada nena, abre la puerta vamos –dijo mi padre con un tono divertido-
Dudé un poco y después abrí la puerta. Mis ojos se abrieron como platos y me giré hacia mi familia. ¿Era cosa suya?. Parecía que sí, se miraban compenetrados mientras yo seguía alucinando. Volví a mirar fuera y sin pensarlo dos veces me abalancé sobre Anouk rodeándole con mis brazos. Sin soltarle me volví a girar hacia mi familia.
-¿Habéis sido vosotros? ¿Cómo sabíais…?
-¿Recuerdas aquel día que saliste tarde de clase? Anouk vino a verte y se me ocurrió decirle lo de tu cumpleaños –me interrumpió mi padre-
-A mi me lo contó todo tu padre, era la más perdida en éste asunto –añadió mi madre-
-Nicole me regaló cajas y cajas de ropa –dijo Anouk entre risas, mirando a mi madre-
-Vale, esto es un poco confuso –dije riendo, llevándome las manos a la cara-
-¡Corre y ve a vestirte, que te tienes que ir! –exclamó mi padre dando un par de palmas metiéndome prisa-
No hice ninguna pregunta, me hacía mucha ilusión lo que fuera que tuviesen preparado así que salí corriendo escaleras arriba en dirección a mi cuarto.
Anouk entró y se sentó con mi familia en el salón, lo último que vi antes de subir fue la cara de mi abuela, era todo un poema.
Bajé unos quince minutos después, llevaba mis pantalones cortos celestes apagados con una camiseta suelta azul oscura con una manga caída y unas sandalias marrones. Era mi color favorito, tenía que llevarlo en mi cumpleaños. Apenas me había peinado, llevaba el pelo suelto como casi siempre.
Me acerqué al salón, Anouk estaba sentado junto a mi abuela y hablaba animadamente con mi madre. La situación parecía como de broma, tanto tiempo sin decirle nada a mis padres sobre Anouk, y resulta que lo sabían.
Finalmente aparecí en el salón, inclinándome sobre el sofá.
-Bueno, ¿nos vamos? –dijo Anouk, levantándose al instante-
-No lleguéis tarde ¿eh? –dijo mi madre-
Anouk me cogió de la mano sonriente y salimos por la puerta en dirección al establo. Yo me dirigí directamente hacia Nala, ya estaba perfectamente equipada para montarla. Anouk fue hacia su caballo.
Nos miramos sonriendo, esos momentos en los que contienes una risa tonta, que está ahí queriendo salir por nada en especial, solo porque estás feliz.
Nos montamos en los caballos y salimos en dirección a la selva, donde siempre, solo que al llegar, Anouk continuó más adelante.
-Sígueme no te pierdas ¿eh? –exclamó desde su caballo-
Le seguí durante un buen rato hasta que llegamos a una especie de aldea, había pequeñas cabañas, todo de madera y paja. La gente nos observó llegar, todos iban sin camisa, incluso algunas chicas. Anouk al acercarnos más se quitó la suya, que mi madre le había dado un rato antes. 
Me quedé absolutamente paralizada, nunca había visto nada así, parecía una película. Apreté el paso de Nala para colocarme justo al lado de Anouk.
-Ésta es mi tribu Clair –dijo mirándome sonriente-
-Es… simplemente increíble.
De repente, una joven no mucho más joven que yo, se acercó corriendo, casi a saltitos. Tenía la piel oscurita, más o menos como Anouk, pero con el pelo rubio y corto por el hombro, ahí había un clarísimo parentesco con su padre. Era delgada con una figura grácil y ligera. Llevaba una especie de traje con una tela marrón que parecía algo áspera.
-¡Bienvenida Clair! –gritó junto a mi caballo-
-Gracias –dije, dejando escapar una amplia sonrisa-
Habíamos llegado prácticamente al lado de un establo pequeño lleno de caballos. Anouk se bajó y me ayudo a bajar a mí también. Me miró y asintió con la cabeza, dedicándome un gesto tranquilo. Seguidamente se llevó los caballos dentro del establo.
-Yo soy Lucy –añadió sonriente aquella chica tendiéndome su mano-
-Yo Clair, aunque por lo visto ya lo sabes –dije al tiempo que le estrechaba la mano con suavidad-
-Anouk habla mucho de ti, por fin te conozco –añadió-
Justo entonces apareció Anouk.
-Bueno Lucy, vamos a presentarle al resto –dijo Anouk sin dejar de sonreír-
-¡Voy a avisarles! –dijo ella justo antes de salir corriendo-
Anouk me cogió de la mano, yo estaba nerviosa, temía no gustarles y me temblaban las manos.
-Tranquila –me susurró Anouk- será perfecto.
Me condujo a un tronco que había en el suelo y nos sentamos allí, esperando que vinieran sus amigos.
Cinco minutos después se acercaron un pequeño grupo de jóvenes, cuatro chicas y dos chicos. Todos eran negros como el tizón y cada uno con una cara muy particular, pelo corto, rizado y oscuro. Al igual que Anouk tenían plumas en brazos y tobillos y hoy estaban todos repletos de esos dibujos que a veces llevaban en la piel. Anouk les señaló uno por uno.
-Éstos son Anna, Senga, Martha, Jack, Daku y bueno, a mi hermana Lucy ya la conoces.
-Encantada de conoceros –dije tímida-
Jack dijo algo que no pude comprender y Anouk lo tradujo: “No nos habías dicho que era tan guapa”
Todo rieron, yo también… desde luego me vino bien un comentario cómico, porque no sabía qué decir. Todos me miraban sonrientes como si esperaran algo. Decidí ser yo misma.
-Emm, bueno yo… no sé qué decir en esos típicos momentos en los que tengo que decir algo, como éste –dije entre risas-
-No tienes que decir nada, apenas te entienden –rió Anouk-
Todos asintieron con entusiasmo como si entendieran absolutamente todo y me enseñaron todo el poblado, cada una de sus casas, el establo con todos los caballos, los animales…
Fue maravilloso, tuve la oportunidad de hablar con ellos, bueno, a través de mi traductor personal.
Desde luego acababa de conocer a unos chicos geniales, todos eran muy distintos y cada uno a su manera encantadores.
Le pregunté a Anouk otra duda que me asaltaba –otra vez- en esta ocasión con respecto a sus nombres, ¿por qué tenían nombres como todos? Me contó algo que no se e había pasado por la cabeza en ningún momento. Los nombres de los aborígenes eran dependiendo de el don que cada uno tenía en su tribu, los nombres que a mi me habían dicho eran tan sólo las equivalencias de las palabras en mi idioma por el sonido, a excepción de Anouk y Lucy, ellos tenían sus propios nombres. El don de ella era hacer música y el de él la relación con los animales ¿no era increíble? Todos eran importantes, nadie estaba perdido en su vida ya que forman parte de un conjunto en que todas las piezas son indispensables.
Ya caía el sol, poniendo fin a la tarde cuando estábamos todos sentados en el suelo. Anouk me rodeaba con el brazo, empezaba a hacer un poco de frío mientras estábamos en un círculo y los jóvenes entonaban cánticos y golpeaban extraños instrumentos. Comprendí por qué Lucy tenía el don de hacer música, tenía una voz dulce y cautivaba el  oírla.
-Bueno, tenemos que irnos Clair –me susurró Anouk mientras los demás hablaban- Pero antes, tengo una sorpresa –dijo al tiempo que se levantaba-
-¿Una sorpresa? –grité ilusionada viéndole correr hacia la parte de atrás de una pequeña choza-
Todos dejaron de hablar para mirarme, con las miradas cómplices,  ellos ya sabían la sorpresa y hablaban entre ellos.
-Madre mía que curiosidad –dije nerviosa-
Entonces Anouk salió de su casa y comenzó a acercarse sonriente, con una caja no muy grande como de mimbre entre las manos.
Todos reían por lo bajo, parecían tener más ganas que yo de abrirlo.
-Sorpresa –dijo Anouk sin dejar de sonreír, colocándose de rodillas frente a mí y tendiéndome la caja-
Cogí la caja, pesaba un poco y la puse sobre mis piernas. Estaba cerrada con una especie de lacito. Lo solté y abrí la caja.
Me quedé paralizada, una sonrisa surcó mi cara y mis ojos se abrieron como platos. No salía de mi asombro, era simplemente perfecto y una lágrima cayó, deslizándose por mi mejilla ¿por qué sería tan llorona?. Miré a Anouk a los ojos y cogí al pequeño cachorro que había en la caja. Era negro completamente aunque aún no tenía mucho pelo y con el hocico rosado. 
-Solo tiene dos días –añadió Anouk, mirando al perro-
-Dios Anouk, es perfecto, es el mejor regalo que podrían hacerme –le dije, antes de dejar el cachorro en la caja y lanzarme a abrazarle-
Todos miraban sonrientes y se escuchó un “ooh” general.
-Jo, que bonito esto –comentó Lucy-
-¿Cómo vas a llamarle? –me preguntó Senga en boca de Anouk-
-Hm, creo que le llamaré… ¡Baguira! –exclamé convencida, pensando en la pantera de “El libro de la selva” siempre pensé que si tenia un perro lo llamaría así, pero ellos no sabrían a qué me refería-
-¡Wah! Es un nombre original –gritó Lucy-
-Muchas gracias –dije riendo-
-Bueno, ahora sí tenemos que irnos, no quiero que tus padres se enfaden –dijo Anouk-
-Sí.
Me despedí de todos ellos cariñosamente y cogí la cajita con Baguira. Anouk sacó los caballos mientras me despedía. Estaba rematadamente feliz, aunque me daba pena despedirme de ellos, prometí volver, si Anouk quería claro.
Llegamos a mi casa casi una hora después, no se tardaba tanto pero fuimos un poco más lento que normalmente, Anouk quería saber al detalle qué me había parecido todo, por supuesto le dije que perfecto, había sido perfecto.
Guardamos a Nala y me dirigí a guardar el caballo de Anouk y él me paró.
  -Tengo que irme.
-¿Por qué?
- Casualmente cumples años el mismo día que mi madre, pero como ella hoy ha estado fuera en una travesía que hacen a veces algunas mujeres, pues no la he visto en todo el día y estaría bien estar con ella. –dijo Anouk encogiéndose de hombros.
-Ah, bueno, lo entiendo. Felicítala de mi parte, me hubiera gustado conocerla –le dije sonriendo ampliamente-
Anouk asintió y me besó en la cabeza, era suficientemente alto para hacerlo, seguidamente se subió en su caballo y salió galopando, tan rápido como siempre.
Entré en casa sujetando dificultosamente la caja que contenía a Baguira que ya se estaba empezando a cansar de estar ahí metido. Fui hacia el salón donde estaban mis padres y puse la caja sobre la mesa.
-Papá, mamá… os presento a Baguira –dije entusiasmada a la vez que abría la caja-
-¡Vaya, es una preciosidad! –exclamó mi madre-
- Sí, si miras fuera ya tiene casa y si vas a tu cuarto, ya tiene una cama, ¡ah! Y este es nuestro pequeño regalo –dijo mi padre mientras mi madre sacaba un paquetito del cajón del mueble del salón-
-¿Qué es? –inquirí dejando la caja en el suelo-
-Míralo tu misma –dijo mi madre al tiempo que me daba el paquetito-
Abrí el paquete y aparté el papel que cubría el contenido. Era un collar para el perro de piel finito, de un azul muy intenso, casi eléctrico y con un pequeño hueso de plata colgando del centro que tenía el lado liso para el nombre y la dirección por detrás por si se perdía.
-Es… maravilloso –murmuré sin poder contener la sonrisa- Así que lo sabíais todo ¿eh?
-Exacto. –añadió mi padre-
Les di un abrazo enorme a mis padres y cogí a Baguira, que ya se había salido de la caja y curioseaba mis pies con el hocico. Me senté en el sofá y le puse sobre mis piernas, le coloqué el collar. El contraste del aquel azul sobre el pelaje negro de Baguira era único. 
-Esto es genial, muchísimas gracias –dije antes de besar la cabeza de mi cachorro-
Mi madre fue a por un biberón de leche que había comprado en mi ausencia y se lo di a Baguira. Apenas diez minutos después, el pequeño estaba prácticamente dormido y yo iba por el mismo camino. Le di las buenas noches a mis padres y subí a mi habitación.
Dejé el cachorro en la camita que mis padres habían comprado, era de un tono amarillo apagado como con desteñidos de colores y bastante grande. 
Me cambié y me acosté, estaba absolutamente rendida. Comencé a pensar en el día, creo que… podría decir que fue, si no el mejor, uno de los mejores días de mi vida, había aprendido tanto, conocido a unas personas encantadoras que me habían hecho sentir tan bien ése día ¿qué tipo de Dios hay ahí arriba que me ha mandado a alguien como Anouk? Sólo quería darle las gracias. Escuchaba la leve respiración de la criaturita que dormía a mi lado e inspiré profundo, dejando caer los párpados y cayendo en el que sería un precioso sueño de un día nada cualquiera.

Capítulo 5.


CINCO
EL ENCIERRO
A la mañana siguiente, no eran ni las ocho cuando mi madre me despertó de golpe, y vi su pelo rubio moverse de un lado a otro.
-Vamos cariño, tienes el pie muy hinchado, te llevaré al hospital –dijo sacando unos vaqueros de mi armario-
Me levanté sin decir nada, tenía el pie como una pelota, parecía mentira que por un simple tropiezo se me torciera de tal manera.
Mi padre insistió en llevarme él, mi madre llevaba toda la noche allí, así que me subió en su 4x4 y salimos en dirección al hospital.
Una vez allí pasamos casi tres cuartos de hora esperando hasta que nos hicieron pasar a la consulta de un médico y me tumbaron sobre una camilla que había allí. Me quedé observando al médico todo el rato, tenía el pelo negro peinado hacia atrás y unos enormes ojos azules resaltando sobre su piel clara. Era alto y delgado, resumidamente era guapísimo. En la chapita de su bata ponía que se llamaba Wisk.
-¿Cuál es tu nombre? –me preguntó mostrándome una sonrisa amable-
-Clair.
-Bien Clair ¿cómo te ocurrió lo del pie? 
-Tan solo me tropecé y me torcí el tobillo –dije observando como el médico se colocaba unas gafas de pasta negra cuadradas al estilo Buddy Holly y se disponía a observarme el pie-
-Debiste venir en el primer momento… -murmuró-
Después de que me observara, me llevó a hacer una radiografía y concluyó en que tenía una fractura.
Me pusieron una escayola y me dejaron sentada en la camilla mientras el médico hablaba con mi padre.
Minutos después vino una enfermera y me llevó en silla de ruedas hasta el parking del hospital, seguida por mi padre que llevaba unas muletas grises en la mano.
No podía creerlo, tres semanas sin poder moverme y dependiendo de unas muletas. Mi padre intentó animarme de camino a casa pero desde luego nada me animaría, ¿qué iba a hacer tres semanas metida en casa?
Al llegar, mi padre me llevo en brazos hasta la cama, estaba muy cansada y me quedé dormida. 
Dormí hasta las cuatro y media de la tarde, mi madre apareció sonriente levando una bandeja con un plato de espaguetis y una coca cola. Estaba hambrienta así que me incorporé procurando no mover demasiado el pie y mi madre puso la bandeja en la mesita supletoria frente a mí.
Almorcé y me levanté de inmediato, no aguantaba más ahí tumbada. Cogí las muletas, me fui al salón directa al piano donde estuve casi toda la tarde tocando, todo lo que me sabía y lo que no me sabía, incluso improvisando un poco comencé a componer, saqué una melodía que se repetía en mi cabeza pero la dejé correr como tantas melodías que sacaba sin quererlo. 
Aquella noche me acosté temprano, el aburrimiento podía conmigo. Aun no entró la madrugada cuando sentí un leve zarandeo mientras dormía, abrí los ojos y alcé las cejas incrédula al ver el rostro curioso de Anouk justo frente a mí.
-¿Qué haces aquí? –le pregunté adormecida, aun sin cambiar de postura-
-He venido a verte, te has dejado la ventana abierta –me dijo, inclinado junto a mi cama-
-Tengo que dejar de tropezar dos veces con la misma piedra –dije irónica-
No quería que me viese con esas pintas, estaba ojerosa, despeinada y con cara de dormida… esas pintas que tienes cuando pasas un día sin hacer nada en tu casa. Realmente, me daba vergüenza. Pero al fin y al cabo, la confianza da asco.
Me incorporé un poco y le sonreí levemente.
-¿Cómo estás del pie? –añadió-
-Bueno… tengo que estar tres semanas con esto –dije, señalando despectiva la escayola-
-No te preocupes Clair, no es nada, ya verás lo pronto que pasa –dijo él, sentándose en un lado de mi cama-
Negué con la cabeza y seguidamente amplié mi sonrisa, no quería pegarle mi pesimismo en ese momento. Me eché a un lado y, pecando de nuevo de confiada,  le hice un gesto para que se tendiera a mi lado. En ese instante en el que Anouk se metió en mi cama, perdieron credibilidad todas las cosas referidas a los hombres que había oído durante mi vida… o quizás era el caso de Anouk el que se salvaba de la regla, o a lo mejor él era de los pocos hombres de verdad.
De repente, estando él tumbado junto a mí sacó de un pliegue de su taparrabos un papel doblado por la mitad. Lo abrió y lo miró fijamente.
-¿Qué es? –le pregunté curiosa-
-Una obra de arte –dijo dejando escapar esa sonrisa ladeada suya, poco habitual-
Le arrebaté el papel de las manos, era mi dibujo, el dibujo que hice el día que le conocí. Estaba muerta de vergüenza, mis mejillas comenzaron a teñirse de un tono rosado bastante delatador.
-¿De dónde lo has cogido? –balbuceé-
-Estaba en el suelo –dijo-
Debí pensarlo, de tanto mover el diario debió caerse de entre las hojas de éste.
-Verás Anouk, no es…
-Es perfecto –me interrumpió- Pintas de maravilla, ni que me viera en un espejo.
A la vista de que Anouk se fijaba más en mis dotes artísticas que en el hecho de que le hubiera retratado, decidí no darle importancia y limitarme a darle las gracias.
Puse el dibujo sobre mi mesita de noche y me pegué a Anouk de forma casi inconsciente, ese chico siempre tenía la piel muy caliente. Éste me rodeó con el brazo, su otra mano la enredó con la mía bajo las sábanas y así pasamos horas, hablando de todo una vez más, el escuchando mis tonterías echados en la cama, con una brisa fresca entrando por la ventana.
Ambos quisimos evitar el tema del día anterior, no merecía la pena, estaba más que olvidado y saltaba a la vista. No podía haber ni un atisbo de pudor en él si se había aparecido en mi habitación de madrugada y estaba tendido conmigo en mi cama. No le di demasiadas vueltas, estaba tan a gusto en aquel momento que nada podía pinchar mi burbuja. 
Anouk comenzó a contarme un cuento, una leyenda muy antigua. La serpiente arco iris. Él siempre llevándome más allá, cómo no.
Fue esa noche cuando de verdad le sentí cerca, conmigo. Parecía que el roce con su piel, el compás con su respiración y su voz grave habían estado ahí siempre a mi lado.
Desperté a la mañana siguiente, Anouk estaba dormido a mi lado y mi cabeza descansaba sobre su pecho. Miré el reloj aterrorizada pensando en que mis padres podían aparecer en cualquier momento, pero eran las diez de la mañana y mis padres habían salido a trabajar así que me relajé y cerré los ojos, aún estaba cansada y no quería levantar. Entonces Anouk abrió los ojos e hizo amago de incorporarse.
-¿Qué hora es? –preguntó con voz ronca-
-Las diez, anoche nos quedamos dormidos –dije sin moverme con un hilo de voz-
-Vaya, debo irme, tengo muchas cosas que hacer y me estarán buscando –dijo, levantándose de la cama-
Asentí, menuda estampa la nuestra, quien viera aquello podía pensar de todo y nada bueno. Francamente no me importaba, él estaba a gusto y yo también, le quería, era el mejor amigo que había tenido nunca.
Despedí a Anouk en la puerta y me fui dando muletazos hasta el sofá del salón, cogí mi guitarra que estaba junto al sofá y estuve un rato tocando y cantando canciones de los Beatles. Me moría de aburrimiento.

Capítulo 4.


CUATRO
CONTACTO
Ése sábado siguiente me levanté temprano, hice un par de sándwiches y los metí en una mochila de cuero con algo de bebida, preparé a Nala y salí de nuevo decidida hacia la selva, ése sitio si que me gustaba, era precioso… tenía la esperanza de encontrarme allí a Anouk.
Llegué en una hora escasa y sin bajarme del caballo me adentré cada vez más entre los árboles, me paré junto a un árbol enorme, no muy lejos del claro de la última vez y comencé a gritar el nombre de Anouk. Sabía que era una estupidez, lo era… no iba a oírme, seguro. Aunque si su poblado estaba cerca y el solía estar por allí, tampoco veía por qué no iba a oírme…
Minutos después, allí apareció él, esta vez con los brazos y el pecho pintados con extrañas formas. “Cosas de aborígenes” -pensé- y corrí a su encuentro, aún gritando su nombre.
-¡Shh! –me interrumpió-
-¿Qué ocurre? –le pregunté, algo alarmada mirándole fijamente-
-Mi tribu está aquí detrás –dijo señalando los inmensos árboles-
Me cogió de la mano y me instó a subirme a mi caballo.
-Espera aquí –dijo al tiempo que salía corriendo entre los árboles-
Me quedé allí sentada, acariciando el cuello de Nala impaciente. Miraba a todos lados, buscando a Anouk.
Pasaron unos cinco minutos cuando apareció él a toda velocidad cabalgando a el mismo brumbie del otro día, Aníbal.
Pasó a mi lado y me hizo un gesto con la mano para que le siguiera. Sin pensarlo dos veces, salí tras él.
Cabalgamos uno al lado del otro durante un buen rato, jugueteamos todo el rato con las manos y más de una vez me tambaleé perdiendo el equilibrio; él no, por supuesto.
Llegamos a una pequeña explanada de hierba. Anouk se bajó del caballo y se dirigió a mí para ayudarme a bajar.
-Éste es un buen lugar, da el sol y corre brisa –dijo mientras me tendía su mano y me ayudaba a bajar-
-Hm, no está mal.
Atamos los caballos en un árbol no muy grande y nos sentamos en el césped. Nos quedamos allí un rato tendidos, hablando… con Anouk siempre se podía hablar de todo.
Saqué los sándwiches de mi mochila.
-Seguro que en esto no habías pensado –dije entre risas mientras le ofrecía un sándwich vegetal-
-Cierto, ahora tú me complementas –me contestó distraído mientras quitaba el plástico que cubría el sándwich-
-Para eso están los amigos.
-¿Qué edad tienes? –me sorprendió en el instante-
- Quince… -contesté algo extrañada-
-Nos llevamos nueve años... parece mentira que esté más a gusto contigo que con otros chicos de mi edad –murmuró sin levantar la vista del suelo-
Fue un alivio que dijera eso, pensé que iba a decir algo de que era muy pequeña o algo así, me extrañó que me preguntara la edad. Y bueno, me gustó mucho que dijera que le complementaba, él simplemente lo dijo pero para mí significaba mucho y creo que a Anouk le costaba hacer comentarios buenos hacia mí, le daba como… ¿vergüenza?. Algo así.
-¿Por qué es vegetal el sándwich? –comentó, desviando el tema-
-Soy vegetariana –le dije, mostrándole el otro sándwich idéntico-
Anouk sonrió para sí, mirándome de reojo y conteniendo la risa.
-¿Qué ocurre?
- Nada, solo que a mí me encanta la carne y aún así me gusta eso... no sé –dijo entre risas-
No le contesté, no hacía falta… tan solo reí con él.
Pasamos ahí toda la tarde, se pasó realmente rápido, dicen que cuando estás a gusto el tiempo pasa más rápido y mi bienestar había hecho que mi tarde pasara en menos que canta un gallo.
-Anouk, ¿puedo hacerte una pregunta? No quiero ser indiscreta, sólo es que...
-Puedes preguntar cualquier cosa, conmigo como si la indiscreción no fuera nada –me cortó él en una risa-
-En ese caso, sólo me preguntaba por qué eres... diferente. Quiero decir, tu piel es más clara, tu nariz más fina, tu pelo es menos rizado... en general, no eres como otros aborígenes.
-Bueno, digamos que hay una parte de mí que aún no sabes... soy un poco mutante, –dijo entre risas- no soy puramente aborigen. Eso explica todo cuanto has dicho y también que sepa hablar en inglés.
“Lo cierto es que mi padre era, bueno, es un hombre blanco. Cuando mi madre era muy joven, estuvo en una fundación donde intentaban educar a los aborígenes enseñándoles a leer y escribir entre otras cosas, con intención de insertarlos en la sociedad blanca. Su educador se llamaba Jim, era un aussie (australiano) de pelo rubio, ojos claros y tez blanca... imagínalo. El caso es que ese joven se enamoró de mi madre perdidamente: todo el día estaba con ella, la convencía para llevarla a comer algo o a pasear... hacía cuanto podía para hacerle ver a mi madre que quería estar con ella. Y al principio ella intentó pararle los pies, pero poco a poco se fue encantando del blanquito hasta que terminó por enamorarse de él. Ella siempre cuenta la primera vez que le besó, cuando una noche la dejó a las puertas de la residencia donde ella dormía. 
Lo complicado era que entonces, más que ahora, la sociedad negra no estaba muy bien vista como ya sabrás, y para mi padre el no poder estar con mi madre abiertamente fue muy difícil. Era un hombre excepcional desde luego, para enamorarse de una chica negra y seguir adelante con ello... había que ser valiente.
Después de tener muchos encuentros mi madre tomó la decisión de quedarse indefinidamente, dejaría la tribu por estar con el hombre al que amaba. Hacían una pareja muy especial, además de su imagen física.
Bueno y lo demás es fácil de adivinar, mi madre fue a vivir con él y se quedó embarazada de mí en poco tiempo. El problema surgió cuando cumplí los seis años, mi madre no estaba feliz, echaba de menos sus costumbres y a su gente... su vida era muy monótona y no podía con ello.
Le explicó a mi padre que quería educarme en la tribu, como a ella le educaron, y él se negó. Así que un buen día nos fuimos, sin nada, desierto a través en lo que fueron dos días de camino. Mi padre desde entonces no ha hecho nada por buscarme, además no sabe que tiene otra hija, mi hermana Lucy. Mi madre cuando se fue, estaba embarazada de ella.
Casi no nos aceptan de vuelta en la tribu pero finalmente... aquí estamos, aquí estoy yo.”
-No puedo creerlo –dije boquiabierta- por un lado es una historia hermosa, por otro lado triste... gracias por contarlo, por confiar en mí.
-Lo tomo con optimismo, es una historia hermosa ya que estoy feliz ahora tal y como vivo. Bueno si no confío en ti, ¿en quién voy a confiar? 
-Eso dices ¿eh? –dije entre risas- vaya, la verdad es que no lo esperaba.
-Ya bueno, ya no soy tan exótico ¿ves? 

Estaba ya anocheciendo y nos dispusimos a irnos, tenía que salir pitando, no podía volver sin ver nada al galope.
Fuimos hacia los caballos y sin querer y para variar, tropecé y por suerte me pude apoyar en el árbol para no caerme. Me había torcido el tobillo al meterlo por accidente en un agujero y Anouk se acercó corriendo a mí.
-¿Estás bien, Clair? –me preguntó, algo preocupado-
-Sí, de veras, no te preocupes –contesté con un hilo de voz-
-Que mal mientes –añadió con una sonrisa irónica-
Me cogió de los brazos y levanté la cabeza, estábamos más cerca de lo normal, apenas un palmo nos separaba y, sin poderlo evitar, tiré suavemente de las manos de Anouk,  acercándole a mi. Fue un impulso estúpido, que me puso nerviosa y el corazón se me agitó, apretaba con fuerza las ásperas manos de Anouk. Él parecía tranquilo, pegó lentamente su cara a la mía y cerró los ojos. Rozamos con la nariz, Anouk ahora respiraba más rápido al igual que yo, podía sentir su aliento cálido en mis labios y me atrajo a él con las manos. 
Nuestros labios apenas rozaron un segundo cuando Anouk rectificó. Deslizó su mejilla junto a la mía, me abrazó y me dio un beso en el hombro.
-Esto no está bien, ¿verdad? –dijo, pareciendo que se lo preguntaba a sí mismo-
-Ha sido un impulso, lo siento... eres mi amigo, no debí hacer eso –añadí con firmeza, negando repetidas veces con la cabeza-
-¿Hacer? ¿Hacer qué? Aquí no ha pasado nada –dijo separando el abrazo y dejando escapar una pequeña risa-
Reí con él y me dio un pellizco en la mejilla, me lo hacía bastante a menudo de forma cariñosa.
Me dispuse a andar hacia mi caballo pero tan solo al posar el pie en el suelo me desplomé, Anouk me cogió a tiempo en brazos y me subió sobre Nala. Se amarró las riendas de su caballo al brazo y se subió conmigo.
-¿Qué haces? –inquirí-
-No pienso dejar que te vayas sola con el tobillo lastimado y de noche, está claro.
No quise discutirle, fuimos al trote en dirección a mi casa, no tardó en anochecer y desperté ya en la entrada de mi casa, me había quedado dormida y Anouk me despertó cuando llegamos. No tenía ganas de moverme, estaba con la cabeza apoyada en el pecho de Anouk y con el suave trote del caballo estaba relajada. Hice algunos gemidos y me retorcí sobre él, negándome a despertar.
-Vamos Clair, tienes que entrar en casa –susurró Anouk en mi oído-
Me incorporé lentamente y me bajé del caballo de golpe. En el instante, sentí un pinchazo en el tobillo derecho que subió casi hasta la cadera, un dolor fortísimo al dejar caer mi peso sobre el tobillo que me impedía mantenerme en pie y, sin poderlo evitar, caí al suelo de espaldas y apoyé el cuerpo sobre los codos con las lágrimas saltadas.
En el tiempo que caía, Anouk bajo de un salto del caballo y me incorporó al momento.
-Madre mía Clair ¿estás bien? Soy un descuidado, perdona, debería haberte ayudado  -dijo levantándome del suelo en sus brazos-
-No, no tienes la culpa, no es nada, demasiado que me has traído hasta aquí –dije dolorida y le dediqué una leve sonrisa-
-Anda, deja que te lleve.
Se dirigió a la puerta conmigo en brazos y llamó al timbre. En ése preciso instante pasó la imagen de mi madre por mi cabeza, me iba a acribillar a preguntas sobre Anouk, francamente no sabía cómo iba a reaccionar.
Segundos después fue mi padre quién abrió la puerta y contempló la imagen algo confuso.
-Pe… pero ¿qué ha pasado? –balbuceó observándonos-
-Señor, se dañó el tobillo y la he traído a casa –contestó Anouk inseguro-
-Vaya chaval pasa, pasa –dijo mi padre, al tiempo que le abría la puerta a Anouk invitándole a entrar-
Anouk entró despacio, parecía que mi peso para él no era ningún problema y me tendió cuidadosamente sobre el sofá. Me apartó un mechón de pelo que caía sobre mi mejilla y me hizo una caricia en la cara.
-Me has dado un buen susto –susurró mirándome fijamente a los ojos-
Era la primera vez que clavaba sus ojos en los míos con tanta firmeza. En ese momento mi padre se acercó.
-Menos mal que tu madre tiene hoy turno de noche, ¿le conoces? –me preguntó señalando a Anouk-
- Sí papá, es un amigo.
-¿No es un poco mayor?
-Tengo veinticuatro señor –añadió Anouk-
Él miró a Anouk de arriba abajo y le hizo un gesto invitándole a sentarse. Mi padre siempre había sido muy bueno, no era capaz de tratar mal a nadie.
-Bien, voy a traeros algo de beber, debéis de estar cansados –dijo mi padre, caminando hacia la cocina-
Anouk se levantó y se sentó junto a mí en el sofá echándose los pelos detrás de la oreja.
-¿Está enfadado tu padre? –preguntó preocupado-
-En absoluto –negué con la cabeza- solo un poco contrariado, no suelo llegar en brazos de chicos aborígenes de más de veinte años con el tobillo lastimado –dije con ironía-
Anouk sonrió levemente, sin eliminar ese toque duro en su expresión. Tenía mis manos cogidas con fuerza y no dejaba de moverlas con nerviosismo.
-Tranquilo Anouk, si no pasa nada –le dije con una sonrisa, intentando tranquilizarle-
En ese momento llegó mi padre sonriente. Llevaba una bandeja con dos vasos de Coca Cola y un par de medias noches. Desde luego mi padre era un cachito de pan.
Anouk y yo nos comimos las medias noches y estuvimos un rato hablando, también con mi padre. Ya eran casi las once de la noche y Anouk se levantó.
-Bueno, tengo que irme… ya deben de estar preguntándose dónde estoy –dijo él-
-Te acompaño a la puerta –le contestó mi padre-
Anouk se acercó a mí y me hizo una caricia en el brazo con una expresión seria y se dirigió hacia la puerta seguido de mi padre.
-Adiós señor –le dijo Anouk a mi padre sonriendo-
-Llámame John muchacho –añadió mi padre dándole un golpe amistoso en el hombro-
Anouk asintió y se fue, dedicándome una sonrisa desde la puerta antes de irse.
Mi padre cerró la puerta y se dirigió hacia mí, me cogió y se encaminó hacia mi cuarto.
-Haremos que esto no ha pasado ¿vale? Es mejor evitarnos el cuestionario de tu madre, no quiero preocuparla.
-Está bien –dije, adormecida-
-Cariño, confío en ti. No hagas locuras, ya sabes a qué me refiero –me dijo con seriedad mientras me dejaba sobre la cama y me daba el pijama- 
-No te preocupes por nada, sé lo que hago.
Mi padre abandonó la habitación, yo me puse el pijama como pude y me acosté. Realmente estaba deseando que mi madre llegara, tenía el pie muy hinchado y me dolía. Al acostarme escuché a mi padre hablar por teléfono con mi madre y explicarle lo de mi tobillo, él no sabía como reaccionar ante esos casos.
Tumbada en la cama, pensé en Anouk, en ése día y en lo que había ocurrido. Quise recordar la sensación de sentirle tan cerca, de sentir su respiración… no podía quitármelo de la cabeza, nunca me había sentido así y no podía evitar las ganas de repetirlo. Ese fin de semana mágico había tenido la culpa de que me sintiera lo suficientemente relajada como para dejarme llevar por impulsos irracionales.
Aun así, Anouk era mi amigo, mi mejor y único amigo y no sentía nada más que amistad hacia él, ni siquiera me planteaba tal cosa.
Me sumí en mis pensamientos y me quedé dormida, con el pie lastimado sobre un cojín.