Antes de nada...

Este es un blog en el que se publica una historia, cada entrada la continúa empezando desde la más antigua, la parte uno.
NO es el fenómeno literario de la década, tan solo una historia aun sin acabar, con muchas cosas que corregir, muchos detalles que añadir y sin ni siquiera un título...es un conjunto de "hojas en sucio", un borrador.
Dicho esto únicamente espero que lo disfrutéis y por supuesto critiquéis.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Capítulo 7.


SIETE
LA AUSENCIA

Después de ese día de mi cumpleaños toda mi atención la dediqué a mi nuevo cachorro, estaba ilusionada con él, casi como si fuera un bebé.
Anouk no vino a buscarme cuando ya habían pasado cuatro días y, aunque mi pequeña mascota me había mantenido distraída de él, no fue indiferente para mí dejar de verle de repente. Por ello no tardé en ir al claro donde solíamos vernos y gritar su nombre, “estará ocupado, tendrá otras cosas que hacer” me decía a mí misma.
Cuando ya había fallado dos días buscándole donde siempre nos veíamos, tomé la indiscreta decisión de ir a buscarle directamente donde estaba su tribu.
La imagen me dejó desolada, no había ni rastro de que allí hubiera habido personas viviendo. No era posible, ¿qué pasaba? ¿dónde estaba toda aquella gente que apenas cuatro días antes había visto allí?
Estaba en estado de shock, ni siquiera me planteaba motivos por los cuales estaba todo vacío. Me senté en el suelo, pensé… no, no era posible ¿y si era un sueño? Más bien una pesadilla, o peor aún ¿y si el mismo Anouk era un sueño?
De un modo u otro, mi corazón lo único que veía claro en ese momento es que no estaba, que había desaparecido. ¿Nunca habéis quemado el centro de un papel con un cigarro? Se abre un agujero y los bordes se quedan ardiendo y lo agrandan lentamente. Bien, esa fue la imagen de mi misma que se me vino a la mente sentada allí en medio de la nada, intentando encajar una ausencia inexplicable.
Volví a casa y corrí a hablar con mi padre, planteándome que la propia soledad me hubiera hecho imaginarme o soñar todo aquello que había vivido con Anouk. Le pregunté si él conocía a Anouk, si existía... me dijo que claro que sí, existía ¿cómo no?. Le expliqué a mi padre lo que ocurría y me dijo que debía tener en cuenta que las tribus aborígenes son nómadas.
De primeras ya sabía que no estaba perdiendo la cabeza, algo más importante de lo que parece. Corrí a mi cuarto y me encerré, miré el dibujo de Anouk una y otra vez, recibiendo una punzada en el estómago cada vez que me asaltaba el pensamiento de que se había ido definitivamente. Eran nómadas... ahora estaba claro.
Mi problema era pensar demasiado, pero no podía evitarlo... todo lo que tenía en mi cabeza era a Anouk. Me hacía preguntas, recordaba palabras suyas intentando encontrar alguna insinuación de su marcha. Conforme pasaron los días, comencé a darme cuenta de que me estaba destrozando. Sólo su ausencia en sí mataba cada resquicio de esperanza que albergaba, impidiéndome pensar con claridad y comportarme de forma normal. Me dolía hasta un punto casi físico.
Mis padres al poco tiempo se mostraron preocupados... “¿por qué no comes Clair?, ¿te encuentras mal?, ¿por qué no sales?, tienes que terminar con este comportamiento...”
Me gustaría haberles podido hacer caso, pero ni yo misma me conocía, a medida que su falta cumplía semanas yo empeoraba, mostrándome más incrédula aún.
Escribía poemas, cuentos y una canción, todo en base a él. Y rasgaba cada día los acordes de aquella canción en mi guitarra, tarareaba la melodía junto al piano y me susurraba la letra a mí misma. Acabaría conmigo.
Transcurrieron cuatro interminables, tristes e incluso agónicos meses sin saber nada del que se había convertido en un apéndice de mi propia alma. Más de ciento veinte días preguntándome si estaría bien, pidiendo por que no le pasara nada malo y suplicando en el mismo vacío que había dejado que volviera.
Cuando su ausencia cumplía ciento veintitrés días, el timbre de mi casa sonó insistentemente. Y, como cada día desde que él no estaba, corrí escaleras abajo como si me llevara el diablo deseando que fuera Anouk. No era, una vez más... lo curioso es que no era nadie, todos los alrededores de la casa estaban desiertos. Parecía que el timbre hubiera sonado por arte de magia, me asusté bastante y si era una broma no estaba precisamente receptiva.
Aprovechando que estaba sola en casa y que ya me había levantado por culpa del timbre decidí salir a montar, una vez más, y me dirigí al lugar favorito de Anouk donde estaba aquel laguito de la última vez que estuvimos.
Cuando estaba allí me senté y comencé a hablar con Nala –locuras en la intimidad- cuando de repente una frase surgió en mi mente: “Es demasiado peligroso estar aquí sola”
Lo primero que pensé al respecto es que hasta mi propia conciencia estaba harta de mi, se emancipaba y me aconsejaba desde lo lejos. Que absurdez.
         -Hay dingos cerca y en el lago hay cocodrilos –susurró una voz a mi espalda, provocando que se me erizara todo el vello del cuerpo-
         -No... –sollocé, sin moverme ni un milímetro-
Entonces unas piernas masculinas desnudas me rodearon desde atrás y unos brazos firmes abrazaron los míos. Estaba sentado detrás de mí, era él. Sólo pude llorar y dejar que mi cabeza cayera hacía atrás, sobre su pecho.
“Perdóname” susurraba sin descanso, pero yo seguía sin querer hablar, no podía... seguía llorando, no sabía si sentía rabia, tristeza, enfado o añoranza, estaba confundida. Me giré hacia él y cobijé mi cara en su cuello. Él respondió haciéndome caricias con su mejilla y así terminamos como si fuéramos dos animalillos que no pueden hablar, rozando incesantemente nuestras mejillas y nuestras narices, enredando nuestros cuellos en un abrazo sin manos... como auténticos animales.
Por fin estaba conmigo y ya no le dejaría ir, me prometí a mí misma que nunca más me separaría de él... que ilusa era.

Capítulo 6.


SEIS
CUMPLEAÑOS

Pasaron los días y las semanas con esa maldita escayola, Anouk venía a verme casi todos los días e incluso me llevó a pasear en caballo más de una vez. Hasta tres semanas después que por fin me la quitaron. Lo único bueno que sacaba de la escayola era que mi padre se había hecho muy amigo de aquel apuesto médico, Lewis Wisk y había venido más de una vez a cenar a casa con su esposa, Helen. Eran gente muy agradable y parecían congeniar a la perfección con mis padres.
Pasó el mes de agosto volando, todo parecía ir muy deprisa y sorprendentemente bien; estaba muy bien con mi familia, tenía a Anouk siempre conmigo y los amigos nuevos que mi padres estaban conociendo se hacían míos también. Estaba feliz, rodeada de la gente que quería.
Así transcurrieron aquellos meses, que pasaron exageradamente deprisa. Mi amistad con Anouk crecía cada día, casi nos habíamos convertido en dependientes el uno del otro, éramos uña y carne como se suele decir. Ahora ya dejaba la ventana abierta a posta.
Ya era final de marzo y llevaba una semana sin ver a Anouk y como apenas tenía formas de localizarle...
Al día siguiente, abril y mi cumpleaños. Cumplía dieciséis y bueno, no tenía muchas ganas de que ocurriera, nunca me ha gustado celebrar mi cumpleaños. 
Ésa última noche de marzo me acosté algo inquieta, como una niña pequeña el día antes de navidad, pero dormí de un tirón, como siempre.
A la mañana siguiente mis padres me despertaron con euforia y cantándome el cumpleaños feliz. Mi madre llevaba una bandeja con el desayuno, me había hecho un gofre con chocolate, mi favorito.
Me incorporé en la cama sin poder ocultar la sonrisa y mi madre colocó la bandeja sobre mí. Desayuné de lo más tranquila y bajé con mis padres al salón y me encontré que mi abuela estaba también allí. Corrí a abrazarla, hacía mucho que no la veía.
Y así pasó toda la mañana, con mi familia. Mi abuela me regaló un colgante de plata precioso, era la cola de un delfín pequeña, con una cadena también en plata muy fina. Me encantó. Me extrañó que mis padres no me regalaran nada, siempre son los primeros en darme un regalo cada año, aunque bueno, no le di importancia, no necesitaba ningún regalo.
Comimos los cuatro juntos, tortellinis rellenos de queso y después de terminar sonó el timbre de la puerta.
-Ya voy yo –dije al tiempo que soltaba mi plato sobre el fregadero-
Me dirigí con paso ligero a la puerta de entrada y al momento me di cuenta de que mis padres y mi abuela caminaban justo detrás mía. Me giré hacia ellos.
-¿Qué ocurre? –pregunté extrañada-
-No pasa nada nena, abre la puerta vamos –dijo mi padre con un tono divertido-
Dudé un poco y después abrí la puerta. Mis ojos se abrieron como platos y me giré hacia mi familia. ¿Era cosa suya?. Parecía que sí, se miraban compenetrados mientras yo seguía alucinando. Volví a mirar fuera y sin pensarlo dos veces me abalancé sobre Anouk rodeándole con mis brazos. Sin soltarle me volví a girar hacia mi familia.
-¿Habéis sido vosotros? ¿Cómo sabíais…?
-¿Recuerdas aquel día que saliste tarde de clase? Anouk vino a verte y se me ocurrió decirle lo de tu cumpleaños –me interrumpió mi padre-
-A mi me lo contó todo tu padre, era la más perdida en éste asunto –añadió mi madre-
-Nicole me regaló cajas y cajas de ropa –dijo Anouk entre risas, mirando a mi madre-
-Vale, esto es un poco confuso –dije riendo, llevándome las manos a la cara-
-¡Corre y ve a vestirte, que te tienes que ir! –exclamó mi padre dando un par de palmas metiéndome prisa-
No hice ninguna pregunta, me hacía mucha ilusión lo que fuera que tuviesen preparado así que salí corriendo escaleras arriba en dirección a mi cuarto.
Anouk entró y se sentó con mi familia en el salón, lo último que vi antes de subir fue la cara de mi abuela, era todo un poema.
Bajé unos quince minutos después, llevaba mis pantalones cortos celestes apagados con una camiseta suelta azul oscura con una manga caída y unas sandalias marrones. Era mi color favorito, tenía que llevarlo en mi cumpleaños. Apenas me había peinado, llevaba el pelo suelto como casi siempre.
Me acerqué al salón, Anouk estaba sentado junto a mi abuela y hablaba animadamente con mi madre. La situación parecía como de broma, tanto tiempo sin decirle nada a mis padres sobre Anouk, y resulta que lo sabían.
Finalmente aparecí en el salón, inclinándome sobre el sofá.
-Bueno, ¿nos vamos? –dijo Anouk, levantándose al instante-
-No lleguéis tarde ¿eh? –dijo mi madre-
Anouk me cogió de la mano sonriente y salimos por la puerta en dirección al establo. Yo me dirigí directamente hacia Nala, ya estaba perfectamente equipada para montarla. Anouk fue hacia su caballo.
Nos miramos sonriendo, esos momentos en los que contienes una risa tonta, que está ahí queriendo salir por nada en especial, solo porque estás feliz.
Nos montamos en los caballos y salimos en dirección a la selva, donde siempre, solo que al llegar, Anouk continuó más adelante.
-Sígueme no te pierdas ¿eh? –exclamó desde su caballo-
Le seguí durante un buen rato hasta que llegamos a una especie de aldea, había pequeñas cabañas, todo de madera y paja. La gente nos observó llegar, todos iban sin camisa, incluso algunas chicas. Anouk al acercarnos más se quitó la suya, que mi madre le había dado un rato antes. 
Me quedé absolutamente paralizada, nunca había visto nada así, parecía una película. Apreté el paso de Nala para colocarme justo al lado de Anouk.
-Ésta es mi tribu Clair –dijo mirándome sonriente-
-Es… simplemente increíble.
De repente, una joven no mucho más joven que yo, se acercó corriendo, casi a saltitos. Tenía la piel oscurita, más o menos como Anouk, pero con el pelo rubio y corto por el hombro, ahí había un clarísimo parentesco con su padre. Era delgada con una figura grácil y ligera. Llevaba una especie de traje con una tela marrón que parecía algo áspera.
-¡Bienvenida Clair! –gritó junto a mi caballo-
-Gracias –dije, dejando escapar una amplia sonrisa-
Habíamos llegado prácticamente al lado de un establo pequeño lleno de caballos. Anouk se bajó y me ayudo a bajar a mí también. Me miró y asintió con la cabeza, dedicándome un gesto tranquilo. Seguidamente se llevó los caballos dentro del establo.
-Yo soy Lucy –añadió sonriente aquella chica tendiéndome su mano-
-Yo Clair, aunque por lo visto ya lo sabes –dije al tiempo que le estrechaba la mano con suavidad-
-Anouk habla mucho de ti, por fin te conozco –añadió-
Justo entonces apareció Anouk.
-Bueno Lucy, vamos a presentarle al resto –dijo Anouk sin dejar de sonreír-
-¡Voy a avisarles! –dijo ella justo antes de salir corriendo-
Anouk me cogió de la mano, yo estaba nerviosa, temía no gustarles y me temblaban las manos.
-Tranquila –me susurró Anouk- será perfecto.
Me condujo a un tronco que había en el suelo y nos sentamos allí, esperando que vinieran sus amigos.
Cinco minutos después se acercaron un pequeño grupo de jóvenes, cuatro chicas y dos chicos. Todos eran negros como el tizón y cada uno con una cara muy particular, pelo corto, rizado y oscuro. Al igual que Anouk tenían plumas en brazos y tobillos y hoy estaban todos repletos de esos dibujos que a veces llevaban en la piel. Anouk les señaló uno por uno.
-Éstos son Anna, Senga, Martha, Jack, Daku y bueno, a mi hermana Lucy ya la conoces.
-Encantada de conoceros –dije tímida-
Jack dijo algo que no pude comprender y Anouk lo tradujo: “No nos habías dicho que era tan guapa”
Todo rieron, yo también… desde luego me vino bien un comentario cómico, porque no sabía qué decir. Todos me miraban sonrientes como si esperaran algo. Decidí ser yo misma.
-Emm, bueno yo… no sé qué decir en esos típicos momentos en los que tengo que decir algo, como éste –dije entre risas-
-No tienes que decir nada, apenas te entienden –rió Anouk-
Todos asintieron con entusiasmo como si entendieran absolutamente todo y me enseñaron todo el poblado, cada una de sus casas, el establo con todos los caballos, los animales…
Fue maravilloso, tuve la oportunidad de hablar con ellos, bueno, a través de mi traductor personal.
Desde luego acababa de conocer a unos chicos geniales, todos eran muy distintos y cada uno a su manera encantadores.
Le pregunté a Anouk otra duda que me asaltaba –otra vez- en esta ocasión con respecto a sus nombres, ¿por qué tenían nombres como todos? Me contó algo que no se e había pasado por la cabeza en ningún momento. Los nombres de los aborígenes eran dependiendo de el don que cada uno tenía en su tribu, los nombres que a mi me habían dicho eran tan sólo las equivalencias de las palabras en mi idioma por el sonido, a excepción de Anouk y Lucy, ellos tenían sus propios nombres. El don de ella era hacer música y el de él la relación con los animales ¿no era increíble? Todos eran importantes, nadie estaba perdido en su vida ya que forman parte de un conjunto en que todas las piezas son indispensables.
Ya caía el sol, poniendo fin a la tarde cuando estábamos todos sentados en el suelo. Anouk me rodeaba con el brazo, empezaba a hacer un poco de frío mientras estábamos en un círculo y los jóvenes entonaban cánticos y golpeaban extraños instrumentos. Comprendí por qué Lucy tenía el don de hacer música, tenía una voz dulce y cautivaba el  oírla.
-Bueno, tenemos que irnos Clair –me susurró Anouk mientras los demás hablaban- Pero antes, tengo una sorpresa –dijo al tiempo que se levantaba-
-¿Una sorpresa? –grité ilusionada viéndole correr hacia la parte de atrás de una pequeña choza-
Todos dejaron de hablar para mirarme, con las miradas cómplices,  ellos ya sabían la sorpresa y hablaban entre ellos.
-Madre mía que curiosidad –dije nerviosa-
Entonces Anouk salió de su casa y comenzó a acercarse sonriente, con una caja no muy grande como de mimbre entre las manos.
Todos reían por lo bajo, parecían tener más ganas que yo de abrirlo.
-Sorpresa –dijo Anouk sin dejar de sonreír, colocándose de rodillas frente a mí y tendiéndome la caja-
Cogí la caja, pesaba un poco y la puse sobre mis piernas. Estaba cerrada con una especie de lacito. Lo solté y abrí la caja.
Me quedé paralizada, una sonrisa surcó mi cara y mis ojos se abrieron como platos. No salía de mi asombro, era simplemente perfecto y una lágrima cayó, deslizándose por mi mejilla ¿por qué sería tan llorona?. Miré a Anouk a los ojos y cogí al pequeño cachorro que había en la caja. Era negro completamente aunque aún no tenía mucho pelo y con el hocico rosado. 
-Solo tiene dos días –añadió Anouk, mirando al perro-
-Dios Anouk, es perfecto, es el mejor regalo que podrían hacerme –le dije, antes de dejar el cachorro en la caja y lanzarme a abrazarle-
Todos miraban sonrientes y se escuchó un “ooh” general.
-Jo, que bonito esto –comentó Lucy-
-¿Cómo vas a llamarle? –me preguntó Senga en boca de Anouk-
-Hm, creo que le llamaré… ¡Baguira! –exclamé convencida, pensando en la pantera de “El libro de la selva” siempre pensé que si tenia un perro lo llamaría así, pero ellos no sabrían a qué me refería-
-¡Wah! Es un nombre original –gritó Lucy-
-Muchas gracias –dije riendo-
-Bueno, ahora sí tenemos que irnos, no quiero que tus padres se enfaden –dijo Anouk-
-Sí.
Me despedí de todos ellos cariñosamente y cogí la cajita con Baguira. Anouk sacó los caballos mientras me despedía. Estaba rematadamente feliz, aunque me daba pena despedirme de ellos, prometí volver, si Anouk quería claro.
Llegamos a mi casa casi una hora después, no se tardaba tanto pero fuimos un poco más lento que normalmente, Anouk quería saber al detalle qué me había parecido todo, por supuesto le dije que perfecto, había sido perfecto.
Guardamos a Nala y me dirigí a guardar el caballo de Anouk y él me paró.
  -Tengo que irme.
-¿Por qué?
- Casualmente cumples años el mismo día que mi madre, pero como ella hoy ha estado fuera en una travesía que hacen a veces algunas mujeres, pues no la he visto en todo el día y estaría bien estar con ella. –dijo Anouk encogiéndose de hombros.
-Ah, bueno, lo entiendo. Felicítala de mi parte, me hubiera gustado conocerla –le dije sonriendo ampliamente-
Anouk asintió y me besó en la cabeza, era suficientemente alto para hacerlo, seguidamente se subió en su caballo y salió galopando, tan rápido como siempre.
Entré en casa sujetando dificultosamente la caja que contenía a Baguira que ya se estaba empezando a cansar de estar ahí metido. Fui hacia el salón donde estaban mis padres y puse la caja sobre la mesa.
-Papá, mamá… os presento a Baguira –dije entusiasmada a la vez que abría la caja-
-¡Vaya, es una preciosidad! –exclamó mi madre-
- Sí, si miras fuera ya tiene casa y si vas a tu cuarto, ya tiene una cama, ¡ah! Y este es nuestro pequeño regalo –dijo mi padre mientras mi madre sacaba un paquetito del cajón del mueble del salón-
-¿Qué es? –inquirí dejando la caja en el suelo-
-Míralo tu misma –dijo mi madre al tiempo que me daba el paquetito-
Abrí el paquete y aparté el papel que cubría el contenido. Era un collar para el perro de piel finito, de un azul muy intenso, casi eléctrico y con un pequeño hueso de plata colgando del centro que tenía el lado liso para el nombre y la dirección por detrás por si se perdía.
-Es… maravilloso –murmuré sin poder contener la sonrisa- Así que lo sabíais todo ¿eh?
-Exacto. –añadió mi padre-
Les di un abrazo enorme a mis padres y cogí a Baguira, que ya se había salido de la caja y curioseaba mis pies con el hocico. Me senté en el sofá y le puse sobre mis piernas, le coloqué el collar. El contraste del aquel azul sobre el pelaje negro de Baguira era único. 
-Esto es genial, muchísimas gracias –dije antes de besar la cabeza de mi cachorro-
Mi madre fue a por un biberón de leche que había comprado en mi ausencia y se lo di a Baguira. Apenas diez minutos después, el pequeño estaba prácticamente dormido y yo iba por el mismo camino. Le di las buenas noches a mis padres y subí a mi habitación.
Dejé el cachorro en la camita que mis padres habían comprado, era de un tono amarillo apagado como con desteñidos de colores y bastante grande. 
Me cambié y me acosté, estaba absolutamente rendida. Comencé a pensar en el día, creo que… podría decir que fue, si no el mejor, uno de los mejores días de mi vida, había aprendido tanto, conocido a unas personas encantadoras que me habían hecho sentir tan bien ése día ¿qué tipo de Dios hay ahí arriba que me ha mandado a alguien como Anouk? Sólo quería darle las gracias. Escuchaba la leve respiración de la criaturita que dormía a mi lado e inspiré profundo, dejando caer los párpados y cayendo en el que sería un precioso sueño de un día nada cualquiera.

Capítulo 5.


CINCO
EL ENCIERRO
A la mañana siguiente, no eran ni las ocho cuando mi madre me despertó de golpe, y vi su pelo rubio moverse de un lado a otro.
-Vamos cariño, tienes el pie muy hinchado, te llevaré al hospital –dijo sacando unos vaqueros de mi armario-
Me levanté sin decir nada, tenía el pie como una pelota, parecía mentira que por un simple tropiezo se me torciera de tal manera.
Mi padre insistió en llevarme él, mi madre llevaba toda la noche allí, así que me subió en su 4x4 y salimos en dirección al hospital.
Una vez allí pasamos casi tres cuartos de hora esperando hasta que nos hicieron pasar a la consulta de un médico y me tumbaron sobre una camilla que había allí. Me quedé observando al médico todo el rato, tenía el pelo negro peinado hacia atrás y unos enormes ojos azules resaltando sobre su piel clara. Era alto y delgado, resumidamente era guapísimo. En la chapita de su bata ponía que se llamaba Wisk.
-¿Cuál es tu nombre? –me preguntó mostrándome una sonrisa amable-
-Clair.
-Bien Clair ¿cómo te ocurrió lo del pie? 
-Tan solo me tropecé y me torcí el tobillo –dije observando como el médico se colocaba unas gafas de pasta negra cuadradas al estilo Buddy Holly y se disponía a observarme el pie-
-Debiste venir en el primer momento… -murmuró-
Después de que me observara, me llevó a hacer una radiografía y concluyó en que tenía una fractura.
Me pusieron una escayola y me dejaron sentada en la camilla mientras el médico hablaba con mi padre.
Minutos después vino una enfermera y me llevó en silla de ruedas hasta el parking del hospital, seguida por mi padre que llevaba unas muletas grises en la mano.
No podía creerlo, tres semanas sin poder moverme y dependiendo de unas muletas. Mi padre intentó animarme de camino a casa pero desde luego nada me animaría, ¿qué iba a hacer tres semanas metida en casa?
Al llegar, mi padre me llevo en brazos hasta la cama, estaba muy cansada y me quedé dormida. 
Dormí hasta las cuatro y media de la tarde, mi madre apareció sonriente levando una bandeja con un plato de espaguetis y una coca cola. Estaba hambrienta así que me incorporé procurando no mover demasiado el pie y mi madre puso la bandeja en la mesita supletoria frente a mí.
Almorcé y me levanté de inmediato, no aguantaba más ahí tumbada. Cogí las muletas, me fui al salón directa al piano donde estuve casi toda la tarde tocando, todo lo que me sabía y lo que no me sabía, incluso improvisando un poco comencé a componer, saqué una melodía que se repetía en mi cabeza pero la dejé correr como tantas melodías que sacaba sin quererlo. 
Aquella noche me acosté temprano, el aburrimiento podía conmigo. Aun no entró la madrugada cuando sentí un leve zarandeo mientras dormía, abrí los ojos y alcé las cejas incrédula al ver el rostro curioso de Anouk justo frente a mí.
-¿Qué haces aquí? –le pregunté adormecida, aun sin cambiar de postura-
-He venido a verte, te has dejado la ventana abierta –me dijo, inclinado junto a mi cama-
-Tengo que dejar de tropezar dos veces con la misma piedra –dije irónica-
No quería que me viese con esas pintas, estaba ojerosa, despeinada y con cara de dormida… esas pintas que tienes cuando pasas un día sin hacer nada en tu casa. Realmente, me daba vergüenza. Pero al fin y al cabo, la confianza da asco.
Me incorporé un poco y le sonreí levemente.
-¿Cómo estás del pie? –añadió-
-Bueno… tengo que estar tres semanas con esto –dije, señalando despectiva la escayola-
-No te preocupes Clair, no es nada, ya verás lo pronto que pasa –dijo él, sentándose en un lado de mi cama-
Negué con la cabeza y seguidamente amplié mi sonrisa, no quería pegarle mi pesimismo en ese momento. Me eché a un lado y, pecando de nuevo de confiada,  le hice un gesto para que se tendiera a mi lado. En ese instante en el que Anouk se metió en mi cama, perdieron credibilidad todas las cosas referidas a los hombres que había oído durante mi vida… o quizás era el caso de Anouk el que se salvaba de la regla, o a lo mejor él era de los pocos hombres de verdad.
De repente, estando él tumbado junto a mí sacó de un pliegue de su taparrabos un papel doblado por la mitad. Lo abrió y lo miró fijamente.
-¿Qué es? –le pregunté curiosa-
-Una obra de arte –dijo dejando escapar esa sonrisa ladeada suya, poco habitual-
Le arrebaté el papel de las manos, era mi dibujo, el dibujo que hice el día que le conocí. Estaba muerta de vergüenza, mis mejillas comenzaron a teñirse de un tono rosado bastante delatador.
-¿De dónde lo has cogido? –balbuceé-
-Estaba en el suelo –dijo-
Debí pensarlo, de tanto mover el diario debió caerse de entre las hojas de éste.
-Verás Anouk, no es…
-Es perfecto –me interrumpió- Pintas de maravilla, ni que me viera en un espejo.
A la vista de que Anouk se fijaba más en mis dotes artísticas que en el hecho de que le hubiera retratado, decidí no darle importancia y limitarme a darle las gracias.
Puse el dibujo sobre mi mesita de noche y me pegué a Anouk de forma casi inconsciente, ese chico siempre tenía la piel muy caliente. Éste me rodeó con el brazo, su otra mano la enredó con la mía bajo las sábanas y así pasamos horas, hablando de todo una vez más, el escuchando mis tonterías echados en la cama, con una brisa fresca entrando por la ventana.
Ambos quisimos evitar el tema del día anterior, no merecía la pena, estaba más que olvidado y saltaba a la vista. No podía haber ni un atisbo de pudor en él si se había aparecido en mi habitación de madrugada y estaba tendido conmigo en mi cama. No le di demasiadas vueltas, estaba tan a gusto en aquel momento que nada podía pinchar mi burbuja. 
Anouk comenzó a contarme un cuento, una leyenda muy antigua. La serpiente arco iris. Él siempre llevándome más allá, cómo no.
Fue esa noche cuando de verdad le sentí cerca, conmigo. Parecía que el roce con su piel, el compás con su respiración y su voz grave habían estado ahí siempre a mi lado.
Desperté a la mañana siguiente, Anouk estaba dormido a mi lado y mi cabeza descansaba sobre su pecho. Miré el reloj aterrorizada pensando en que mis padres podían aparecer en cualquier momento, pero eran las diez de la mañana y mis padres habían salido a trabajar así que me relajé y cerré los ojos, aún estaba cansada y no quería levantar. Entonces Anouk abrió los ojos e hizo amago de incorporarse.
-¿Qué hora es? –preguntó con voz ronca-
-Las diez, anoche nos quedamos dormidos –dije sin moverme con un hilo de voz-
-Vaya, debo irme, tengo muchas cosas que hacer y me estarán buscando –dijo, levantándose de la cama-
Asentí, menuda estampa la nuestra, quien viera aquello podía pensar de todo y nada bueno. Francamente no me importaba, él estaba a gusto y yo también, le quería, era el mejor amigo que había tenido nunca.
Despedí a Anouk en la puerta y me fui dando muletazos hasta el sofá del salón, cogí mi guitarra que estaba junto al sofá y estuve un rato tocando y cantando canciones de los Beatles. Me moría de aburrimiento.

Capítulo 4.


CUATRO
CONTACTO
Ése sábado siguiente me levanté temprano, hice un par de sándwiches y los metí en una mochila de cuero con algo de bebida, preparé a Nala y salí de nuevo decidida hacia la selva, ése sitio si que me gustaba, era precioso… tenía la esperanza de encontrarme allí a Anouk.
Llegué en una hora escasa y sin bajarme del caballo me adentré cada vez más entre los árboles, me paré junto a un árbol enorme, no muy lejos del claro de la última vez y comencé a gritar el nombre de Anouk. Sabía que era una estupidez, lo era… no iba a oírme, seguro. Aunque si su poblado estaba cerca y el solía estar por allí, tampoco veía por qué no iba a oírme…
Minutos después, allí apareció él, esta vez con los brazos y el pecho pintados con extrañas formas. “Cosas de aborígenes” -pensé- y corrí a su encuentro, aún gritando su nombre.
-¡Shh! –me interrumpió-
-¿Qué ocurre? –le pregunté, algo alarmada mirándole fijamente-
-Mi tribu está aquí detrás –dijo señalando los inmensos árboles-
Me cogió de la mano y me instó a subirme a mi caballo.
-Espera aquí –dijo al tiempo que salía corriendo entre los árboles-
Me quedé allí sentada, acariciando el cuello de Nala impaciente. Miraba a todos lados, buscando a Anouk.
Pasaron unos cinco minutos cuando apareció él a toda velocidad cabalgando a el mismo brumbie del otro día, Aníbal.
Pasó a mi lado y me hizo un gesto con la mano para que le siguiera. Sin pensarlo dos veces, salí tras él.
Cabalgamos uno al lado del otro durante un buen rato, jugueteamos todo el rato con las manos y más de una vez me tambaleé perdiendo el equilibrio; él no, por supuesto.
Llegamos a una pequeña explanada de hierba. Anouk se bajó del caballo y se dirigió a mí para ayudarme a bajar.
-Éste es un buen lugar, da el sol y corre brisa –dijo mientras me tendía su mano y me ayudaba a bajar-
-Hm, no está mal.
Atamos los caballos en un árbol no muy grande y nos sentamos en el césped. Nos quedamos allí un rato tendidos, hablando… con Anouk siempre se podía hablar de todo.
Saqué los sándwiches de mi mochila.
-Seguro que en esto no habías pensado –dije entre risas mientras le ofrecía un sándwich vegetal-
-Cierto, ahora tú me complementas –me contestó distraído mientras quitaba el plástico que cubría el sándwich-
-Para eso están los amigos.
-¿Qué edad tienes? –me sorprendió en el instante-
- Quince… -contesté algo extrañada-
-Nos llevamos nueve años... parece mentira que esté más a gusto contigo que con otros chicos de mi edad –murmuró sin levantar la vista del suelo-
Fue un alivio que dijera eso, pensé que iba a decir algo de que era muy pequeña o algo así, me extrañó que me preguntara la edad. Y bueno, me gustó mucho que dijera que le complementaba, él simplemente lo dijo pero para mí significaba mucho y creo que a Anouk le costaba hacer comentarios buenos hacia mí, le daba como… ¿vergüenza?. Algo así.
-¿Por qué es vegetal el sándwich? –comentó, desviando el tema-
-Soy vegetariana –le dije, mostrándole el otro sándwich idéntico-
Anouk sonrió para sí, mirándome de reojo y conteniendo la risa.
-¿Qué ocurre?
- Nada, solo que a mí me encanta la carne y aún así me gusta eso... no sé –dijo entre risas-
No le contesté, no hacía falta… tan solo reí con él.
Pasamos ahí toda la tarde, se pasó realmente rápido, dicen que cuando estás a gusto el tiempo pasa más rápido y mi bienestar había hecho que mi tarde pasara en menos que canta un gallo.
-Anouk, ¿puedo hacerte una pregunta? No quiero ser indiscreta, sólo es que...
-Puedes preguntar cualquier cosa, conmigo como si la indiscreción no fuera nada –me cortó él en una risa-
-En ese caso, sólo me preguntaba por qué eres... diferente. Quiero decir, tu piel es más clara, tu nariz más fina, tu pelo es menos rizado... en general, no eres como otros aborígenes.
-Bueno, digamos que hay una parte de mí que aún no sabes... soy un poco mutante, –dijo entre risas- no soy puramente aborigen. Eso explica todo cuanto has dicho y también que sepa hablar en inglés.
“Lo cierto es que mi padre era, bueno, es un hombre blanco. Cuando mi madre era muy joven, estuvo en una fundación donde intentaban educar a los aborígenes enseñándoles a leer y escribir entre otras cosas, con intención de insertarlos en la sociedad blanca. Su educador se llamaba Jim, era un aussie (australiano) de pelo rubio, ojos claros y tez blanca... imagínalo. El caso es que ese joven se enamoró de mi madre perdidamente: todo el día estaba con ella, la convencía para llevarla a comer algo o a pasear... hacía cuanto podía para hacerle ver a mi madre que quería estar con ella. Y al principio ella intentó pararle los pies, pero poco a poco se fue encantando del blanquito hasta que terminó por enamorarse de él. Ella siempre cuenta la primera vez que le besó, cuando una noche la dejó a las puertas de la residencia donde ella dormía. 
Lo complicado era que entonces, más que ahora, la sociedad negra no estaba muy bien vista como ya sabrás, y para mi padre el no poder estar con mi madre abiertamente fue muy difícil. Era un hombre excepcional desde luego, para enamorarse de una chica negra y seguir adelante con ello... había que ser valiente.
Después de tener muchos encuentros mi madre tomó la decisión de quedarse indefinidamente, dejaría la tribu por estar con el hombre al que amaba. Hacían una pareja muy especial, además de su imagen física.
Bueno y lo demás es fácil de adivinar, mi madre fue a vivir con él y se quedó embarazada de mí en poco tiempo. El problema surgió cuando cumplí los seis años, mi madre no estaba feliz, echaba de menos sus costumbres y a su gente... su vida era muy monótona y no podía con ello.
Le explicó a mi padre que quería educarme en la tribu, como a ella le educaron, y él se negó. Así que un buen día nos fuimos, sin nada, desierto a través en lo que fueron dos días de camino. Mi padre desde entonces no ha hecho nada por buscarme, además no sabe que tiene otra hija, mi hermana Lucy. Mi madre cuando se fue, estaba embarazada de ella.
Casi no nos aceptan de vuelta en la tribu pero finalmente... aquí estamos, aquí estoy yo.”
-No puedo creerlo –dije boquiabierta- por un lado es una historia hermosa, por otro lado triste... gracias por contarlo, por confiar en mí.
-Lo tomo con optimismo, es una historia hermosa ya que estoy feliz ahora tal y como vivo. Bueno si no confío en ti, ¿en quién voy a confiar? 
-Eso dices ¿eh? –dije entre risas- vaya, la verdad es que no lo esperaba.
-Ya bueno, ya no soy tan exótico ¿ves? 

Estaba ya anocheciendo y nos dispusimos a irnos, tenía que salir pitando, no podía volver sin ver nada al galope.
Fuimos hacia los caballos y sin querer y para variar, tropecé y por suerte me pude apoyar en el árbol para no caerme. Me había torcido el tobillo al meterlo por accidente en un agujero y Anouk se acercó corriendo a mí.
-¿Estás bien, Clair? –me preguntó, algo preocupado-
-Sí, de veras, no te preocupes –contesté con un hilo de voz-
-Que mal mientes –añadió con una sonrisa irónica-
Me cogió de los brazos y levanté la cabeza, estábamos más cerca de lo normal, apenas un palmo nos separaba y, sin poderlo evitar, tiré suavemente de las manos de Anouk,  acercándole a mi. Fue un impulso estúpido, que me puso nerviosa y el corazón se me agitó, apretaba con fuerza las ásperas manos de Anouk. Él parecía tranquilo, pegó lentamente su cara a la mía y cerró los ojos. Rozamos con la nariz, Anouk ahora respiraba más rápido al igual que yo, podía sentir su aliento cálido en mis labios y me atrajo a él con las manos. 
Nuestros labios apenas rozaron un segundo cuando Anouk rectificó. Deslizó su mejilla junto a la mía, me abrazó y me dio un beso en el hombro.
-Esto no está bien, ¿verdad? –dijo, pareciendo que se lo preguntaba a sí mismo-
-Ha sido un impulso, lo siento... eres mi amigo, no debí hacer eso –añadí con firmeza, negando repetidas veces con la cabeza-
-¿Hacer? ¿Hacer qué? Aquí no ha pasado nada –dijo separando el abrazo y dejando escapar una pequeña risa-
Reí con él y me dio un pellizco en la mejilla, me lo hacía bastante a menudo de forma cariñosa.
Me dispuse a andar hacia mi caballo pero tan solo al posar el pie en el suelo me desplomé, Anouk me cogió a tiempo en brazos y me subió sobre Nala. Se amarró las riendas de su caballo al brazo y se subió conmigo.
-¿Qué haces? –inquirí-
-No pienso dejar que te vayas sola con el tobillo lastimado y de noche, está claro.
No quise discutirle, fuimos al trote en dirección a mi casa, no tardó en anochecer y desperté ya en la entrada de mi casa, me había quedado dormida y Anouk me despertó cuando llegamos. No tenía ganas de moverme, estaba con la cabeza apoyada en el pecho de Anouk y con el suave trote del caballo estaba relajada. Hice algunos gemidos y me retorcí sobre él, negándome a despertar.
-Vamos Clair, tienes que entrar en casa –susurró Anouk en mi oído-
Me incorporé lentamente y me bajé del caballo de golpe. En el instante, sentí un pinchazo en el tobillo derecho que subió casi hasta la cadera, un dolor fortísimo al dejar caer mi peso sobre el tobillo que me impedía mantenerme en pie y, sin poderlo evitar, caí al suelo de espaldas y apoyé el cuerpo sobre los codos con las lágrimas saltadas.
En el tiempo que caía, Anouk bajo de un salto del caballo y me incorporó al momento.
-Madre mía Clair ¿estás bien? Soy un descuidado, perdona, debería haberte ayudado  -dijo levantándome del suelo en sus brazos-
-No, no tienes la culpa, no es nada, demasiado que me has traído hasta aquí –dije dolorida y le dediqué una leve sonrisa-
-Anda, deja que te lleve.
Se dirigió a la puerta conmigo en brazos y llamó al timbre. En ése preciso instante pasó la imagen de mi madre por mi cabeza, me iba a acribillar a preguntas sobre Anouk, francamente no sabía cómo iba a reaccionar.
Segundos después fue mi padre quién abrió la puerta y contempló la imagen algo confuso.
-Pe… pero ¿qué ha pasado? –balbuceó observándonos-
-Señor, se dañó el tobillo y la he traído a casa –contestó Anouk inseguro-
-Vaya chaval pasa, pasa –dijo mi padre, al tiempo que le abría la puerta a Anouk invitándole a entrar-
Anouk entró despacio, parecía que mi peso para él no era ningún problema y me tendió cuidadosamente sobre el sofá. Me apartó un mechón de pelo que caía sobre mi mejilla y me hizo una caricia en la cara.
-Me has dado un buen susto –susurró mirándome fijamente a los ojos-
Era la primera vez que clavaba sus ojos en los míos con tanta firmeza. En ese momento mi padre se acercó.
-Menos mal que tu madre tiene hoy turno de noche, ¿le conoces? –me preguntó señalando a Anouk-
- Sí papá, es un amigo.
-¿No es un poco mayor?
-Tengo veinticuatro señor –añadió Anouk-
Él miró a Anouk de arriba abajo y le hizo un gesto invitándole a sentarse. Mi padre siempre había sido muy bueno, no era capaz de tratar mal a nadie.
-Bien, voy a traeros algo de beber, debéis de estar cansados –dijo mi padre, caminando hacia la cocina-
Anouk se levantó y se sentó junto a mí en el sofá echándose los pelos detrás de la oreja.
-¿Está enfadado tu padre? –preguntó preocupado-
-En absoluto –negué con la cabeza- solo un poco contrariado, no suelo llegar en brazos de chicos aborígenes de más de veinte años con el tobillo lastimado –dije con ironía-
Anouk sonrió levemente, sin eliminar ese toque duro en su expresión. Tenía mis manos cogidas con fuerza y no dejaba de moverlas con nerviosismo.
-Tranquilo Anouk, si no pasa nada –le dije con una sonrisa, intentando tranquilizarle-
En ese momento llegó mi padre sonriente. Llevaba una bandeja con dos vasos de Coca Cola y un par de medias noches. Desde luego mi padre era un cachito de pan.
Anouk y yo nos comimos las medias noches y estuvimos un rato hablando, también con mi padre. Ya eran casi las once de la noche y Anouk se levantó.
-Bueno, tengo que irme… ya deben de estar preguntándose dónde estoy –dijo él-
-Te acompaño a la puerta –le contestó mi padre-
Anouk se acercó a mí y me hizo una caricia en el brazo con una expresión seria y se dirigió hacia la puerta seguido de mi padre.
-Adiós señor –le dijo Anouk a mi padre sonriendo-
-Llámame John muchacho –añadió mi padre dándole un golpe amistoso en el hombro-
Anouk asintió y se fue, dedicándome una sonrisa desde la puerta antes de irse.
Mi padre cerró la puerta y se dirigió hacia mí, me cogió y se encaminó hacia mi cuarto.
-Haremos que esto no ha pasado ¿vale? Es mejor evitarnos el cuestionario de tu madre, no quiero preocuparla.
-Está bien –dije, adormecida-
-Cariño, confío en ti. No hagas locuras, ya sabes a qué me refiero –me dijo con seriedad mientras me dejaba sobre la cama y me daba el pijama- 
-No te preocupes por nada, sé lo que hago.
Mi padre abandonó la habitación, yo me puse el pijama como pude y me acosté. Realmente estaba deseando que mi madre llegara, tenía el pie muy hinchado y me dolía. Al acostarme escuché a mi padre hablar por teléfono con mi madre y explicarle lo de mi tobillo, él no sabía como reaccionar ante esos casos.
Tumbada en la cama, pensé en Anouk, en ése día y en lo que había ocurrido. Quise recordar la sensación de sentirle tan cerca, de sentir su respiración… no podía quitármelo de la cabeza, nunca me había sentido así y no podía evitar las ganas de repetirlo. Ese fin de semana mágico había tenido la culpa de que me sintiera lo suficientemente relajada como para dejarme llevar por impulsos irracionales.
Aun así, Anouk era mi amigo, mi mejor y único amigo y no sentía nada más que amistad hacia él, ni siquiera me planteaba tal cosa.
Me sumí en mis pensamientos y me quedé dormida, con el pie lastimado sobre un cojín. 

Capítulo 3.


TRES
NUESTRO PEDACITO VERDE

Pasó una semana después de ese sábado, una semana de clase normal y de tardes tan rutinarias como era habitual. Entre semana no tenía mucho tiempo libre ciertamente.
Recibí el viernes con ilusión, quería ver a Anouk. Había decidido hacer que nuestros encuentros fueran más frecuentes, quería apostar por esa amistad.
Al terminar de comer, después de clase, estuve un rato experimentando con la guitarra y la armónica. Pretendía hacer encajar melodías que, como siempre, acababa olvidando. Cuando el reloj marcó las seis de la tarde dejé lo que estaba haciendo, me vestí a toda prisa y salí con Nala.
Fui tan veloz como pude hacia el lugar donde conocí a Anouk pero, antes de avanzar un poco entre los árboles, apareció el al trote de su caballo en dirección contraria.
-¡Clair! Justo iba a ir a buscarte, que casualidad... –dijo él-
-Yo también venía a tu encuentro, vaya –dije entre risas-
-Pues vamos entonces, hoy hace un día bonito –dijo mientras se giraba con su caballo y comenzaba a adentrarse entre los árboles-
Le seguí sin hacer ninguna pregunta, el camino que seguíamos era precioso y cada vez más oscuro bajo los altísimos árboles. Conversamos relajadamente durante todo el camino, como si nos dirigiéramos a ninguna parte y no corriera el tiempo. Era fácil hablar con Anouk, me hacía sentir cómoda y por un tiempo olvidaba que era una persona introvertida.
Llegamos a un lugar donde brotaba agua de entre unas rocas formando una especie de laguito muy acogedor. Las copas de los árboles robaban la poca luz de tarde que quedaba y la vegetación sobrepasaba mis rodillas. Era como la ilustración de un cuento, pero con el suave tintineo del agua al caer, el piar de los pájaros y un delicioso aroma a naturaleza húmeda. Miraba a mi alrededor embelesada, saboreando el aire que respiraba como si fuera un caramelo de menta que no se deshace nunca. 
-Este es mi lugar favorito –dijo Anouk, mojándose las manos en el laguito-
-No puedo decir nada, nunca había visto un lugar igual, ahora estoy abrumada... –comenté absorta y Anouk sonrió para sí-
-Ya casi oscurece, quiero que veas las luciérnagas 
- Es maravilloso.
- Anda ven, siéntate aquí conmigo –dijo él, al tiempo que se sentaba apoyado en una roca junto al pequeño lago- Si nos quedamos en silencio saldrán.
- ¿Saldrán? ¿Qué saldrá? –dije inquieta-
-Shh –me chistó Anouk, rodeando mis hombros con su brazo-
El silenció nos inundó, pero no era incómodo en absoluto. Sólo el sonido de nuestra respiración se unía al resto en perfecta armonía. Me mantenía atenta al paisaje esperando a que “salieran”. De repente las ranas comenzaron a croar, pude ver algunos pequeños roedores campar a sus anchas de un tronco a otro y los pájaros se sintieron libres para dar sus últimos paseos antes de que anocheciera. En poco tiempo aquel lugar que parecía solitario se convirtió en el cuarto de juegos para muchos animales. Sobre el lomo del caballo de Anouk se había posado un pajarillo, solté una pequeña risita, la estampa me resultó cómica por un lado.
Anouk jugaba con mi pelo sin apartar la vista de lo que ocurría frente a nosotros, estaba tranquilo, su respiración a pesar de sonar fuerte era pausada y profunda.
Nos miramos varias veces con complicidad y los ojos brillantes, yo no podía contener las lágrimas de emoción. ¿Cómo había vivido tan cerca de algo tan hermoso sin darme cuenta? 
El lugar nos envolvía sin quererlo,  parecía como si el suelo desapareciera poco a poco, dejándonos flotar en el aire.
Cuando había oscurecido el piar de los pájaros comenzaba a cesar para ser sustituido por la melodía incesante de la noche, todo quedó en calma en apenas un momento y Anouk se levantó sin decir palabra, tirando de mi mano para que le siguiera.
-¿Ves? Estando en silencio no nos temen –susurró en una voz apenas audible-
-Parecía que éramos uno de ellos –dije, en el mismo tono de voz-
-Clair somos uno de ellos, somos dos animales más y ellos son nuestros hermanos, siéntelo ahora –dijo convencido- Anda,  fíjate en este sonido, es música –apuntó con entusiasmo sin levantar ni lo más mínimo la voz antes de entonar un cántico en un idioma que no comprendía-
-Nuestros hermanos cantan bien ¿bailas?  –dije ilusionada, sin reparar en el atrevimiento de mi proposición-
-No sé bailar, esto no es... –dijo él, negando con la cabeza-
-Sólo déjate llevar un poco, confía en mí ¿eh? Que yo he confiado en cada una de tus palabras desde que te conozco –dije con decisión, al percatarme de un atisbo de rubor en la tez oscura de Anouk-
Él no dijo nada, sólo sonrió levemente y me tendió los brazos. Entrelacé mis brazos con los suyos y comencé a mover los pies suavemente haciendo que el me siguiera en algo que solo era un balanceo agradable, ciertamente yo tampoco sabía bailar pero me apetecía ese momento, quería completar una escena que después recordaría toda mi vida. 
Anouk y yo bromeábamos con la mirada cuando algo llamó nuestra atención. Unas pequeñas luces tenues comenzaban a hacerle competencia a la luna dejándose ver entre la vegetación. Anouk sonrió orgulloso, “aquí están” susurró. Caminamos lentamente por el espacio jugueteando entre nosotros como un par de críos y hablando a susurros.
-Nunca había compartido esto con nadie, tampoco con mis amigos...-dijo extrañado-  no hables de mi secreto ¿de acuerdo?
-¿Con quién iba a hablarlo? ¿Con los peluches de mi cuarto? –dije entre risas- 
-Ya, tienes razón –dijo él sonriendo-
-Vas a tener que empezar a demostrarme que no eres producto de mi imaginación Anouk, porque sólo yo te veo y aún no tengo claro cómo es que sigues aquí, cómo es que sigo viéndote.
-Soy real, te lo aseguro. Me gusta que me veas, por eso te busco. He aparecido sin más, ¿te vale eso?
-¿Cómo se que, igual que has aparecido, no desaparecerás? –dije con tono serio, deteniéndome para mirarle sin desenredar mi brazo del suyo-
-Ya no puedo desaparecer Clair, si estás aquí –dijo firmemente antes de girarse de nuevo hacia las luciérnagas-
En cuanto miró hacia otro lado sequé con la manga la lágrima que estaba a punto de caer por mi rostro y dejé escapar una sonrisa de incredulidad mientras volvía a concentrarme en nuestro alrededor de cuento de hadas para compartirlo con Anouk, que para mí entonces fue Peter Pan. Él me llevó allí, simplemente apareció y me salvó, sin quererlo, del vacío más absoluto.
Un rato después subimos en los caballos para irnos, Anouk insistió en acompañarme y me dejó a escasos metros de la valla  donde se despidió de mi con un “hasta mañana”.

Capítulo 2.


DOS
ENCUENTROS

Era un sábado nublado, sobre las diez de la mañana estaba montando con Nala -extraño en mí salir tan temprano- y decidí  saltarme un poco las reglas así que cabalgué decidida hacia los comienzos de la selva, no muy lejos. La sensación de la adrenalina corriendo por mis venas al avistar los primeros signos de vegetación tropical me hicieron sonreír orgullosa, apretando cada vez más la carrera de Nala.
Al llegar, hice aminorar la velocidad del caballo para empezar a adentrarme con cuidado en aquel lugar que olía a humedad, al rocío de la mañana sobre las hojas de los árboles.
Volvía esa sensación de sentirme observada, no me gustaba. Me giré más de una vez para comprobar que estaba sola, que todo eran cosas mías y continué avanzando con cuidado, cada vez más lento. 
Llegué a un claro, no muy grande, me bajé del caballo y, sin dejar de sujetarlo, comencé a caminar observando el paisaje verde que me rodeaba. Aun no había girado ni 180º sobre mí misma cuando pude avistar una figura oscura tras los árboles, en un primer momento me asusté de veras, pero aún así comencé a caminar acercándome despacio a aquella silueta que apenas podía ver a través de los árboles.
Cuando ya estaba frente al árbol, aparté temblorosa las ramas que me impedían ver a la misteriosa figura y, forzándome a mi misma a mirar, pude ver a un chico, un aborigen, alto de piel mulata con unos enormes ojos oscuros, una melena castaña y rizada recogida en una cinta y con una barba corta de tres días; llevaba tan solo un taparrabos bastante sencillo, los tobillos y los brazos decorados con plumas y el torso, visiblemente fuerte, al descubierto… eso sin mencionar que no llevaba zapatos. Tenía una expresión de curiosidad y a la vez algo defensiva, yo no pude articular palabra, me quedé paralizada unos segundos observándole e intentando atisbar en sus gestos alguna idea de hacerme daño, pero solo veía la expresión de un joven tan extrañado como yo.
Segundos después, el desconocido chico comenzó a hablarme en un idioma que yo desconocía, torcí el gesto y él paró, se rascó la nuca…
-Anouk –balbuceó, a la vez que me tendía su mano-
-Clair –contesté y le estreché la mano, algo indecisa-
Mantuvimos las manos cogidas unos segundos moviéndolas de arriba abajo, hasta que hubo momento que resultó algo cómico y ambos reímos. 
-¿Puedes hablar mi idioma? –le pregunté, casi gritando-
-Un poco, sí –dijo Anouk, con cierta dificultad- 
Suspiré, era un alivio que al menos pudiera hablar mi idioma, ciertamente la situación había despertado mi curiosidad.
-Siento si te he asustado, cuando te escuchábamos cabalgar cerca me mandaban a ver quién eras y hoy lo mismo –se disculpó-
-Ah, era eso. No te preocupes, es normal… supongo.
Entonces, Anouk señaló a Nala y una sonrisa le surcó la cara
-¿Tuya? –preguntó, caminando hacia ella-
Asentí sonriéndole y fui hacia Nala detrás de él, que parecía asombrado.
-Preciosa –dijo para sí-
Cuando me dí cuenta, Anouk tenía la mano sobre el morro de Nala, le susurraba y ésta comenzó a inclinarse para seguidamente tumbarse en el suelo. Me quedé asombrada observando la escena, Anouk acariciaba a Nala cariñosamente y me miró sonriendo haciéndome un gesto para que me acercara. 
-¿Cómo has hecho eso? –pregunté, aun embobada-
-Le dije que lo hiciera –contestó encogiéndose de hombros-
-¿Hablas con el caballo?
-Es complicado –dijo en una risa, por lo que dejé la pregunta-
-¿Vives por aquí cerca?
-Más o menos –dijo señalando al interior de la selva con el  dedo-.
Asentí y Anouk se sentó en el suelo al lado de Nala, que aun estaba tumbada y empezó a dar golpecitos con la mano a un lado suyo, para que me sentara con él, y lo hice. Comenzamos a hablar como pudimos, a él le costaba un poco pero podíamos hablar bastante bien.
Me habló de su tribu, de su gente y de cómo vivía; no sabía que aun quedaban poblados aborígenes en los que se viviera como Anouk me dijo, cazando y recolectando para comer… fue una conversación muy interesante, para mí las cosas que me contaba me resultaban de lo más curiosas y disfrutaba hablando con él.
También me tocó hablar de mí, aunque no tenía mucho que decirle desde luego, nada que yo pudiera decir podría ser tan interesante como cualquier historia suya.
La situación resultaba surrealista desde mis ojos, hablando con alguien desconocido en esas circunstancias, cómo iba a imaginar cruzarme con alguien como ese chico. Dudé más de una vez si podía ser peligroso pero, francamente si de algo pecaba, era de confiada.
Hablamos durante horas y cuando me di cuenta era la hora de almorzar y pegué un brinco.
-¿Qué ocurre? –quiso saber-
-¡Es tardísimo!, tengo prohibido estar aquí, debo irme.
Anouk estaba ligeramente desconcertado, pero finalmente asintió y se puso en pie.
-¿Volver a verte Clair?
-¡Claro! Espero que volvamos a vernos Anouk, me ha gustado conocerte –dije sonriendo-
Pasaron escasos segundos y Anouk, con expresión seria, acarició mi mejilla con la suya y salió corriendo antes de que pudiera reaccionar. Me subí a mi caballo y galopé de camino a casa lo más rápido que pude. Mientras regresaba pensé, me había acariciado la mejilla. Ningún chico me había besado si quiera en la mejilla antes, de hecho nunca había tenido un contacto tan cercano con un chico. Me sonreí, era una sensación agradable.

Al llegar, mi madre me esperaba en la puerta, con esa cara característica suya cuando se enfada.
-¿Estás loca Clair? Llevo horas buscándote, ¡tu padre ha salido a buscarte también!
-Lo siento mamá, se me fue el tiempo –dije con la cabeza gacha, sin apenas vocalizar-
No tenía ganas de dar explicaciones, necesitaba libertad y yo era de todo menos libre.
Mi madre se dedicó los quince minutos siguientes a hacer preguntas y a echarme una bronca que parecía tener preparada y todo. Hice caso omiso y cuando terminó me fui a mi cuarto a cambiarme antes de comer.
Lancé las botas negras de montar de una patada a la esquina de mi habitación, me quité los pantalones vaqueros, manchados de verdina y de tierra, al igual que la sudadera gris ancha que llevaba y aun en ropa interior me dejé caer sobre mi cama. Clavé mis ojos en el techo, donde tenía colgado un póster de Abbey Road de los Beatles, sin poder dejar de pensar en Anouk, me interesaba absolutamente todo lo que rodeaba a ese chico,¿cómo diablos podía ir sin apenas ropa en pleno invierno? ¿y descalzo por la selva y el desierto? ¡por qué yo no podía ir igual!. Me eché las manos a la cara, pensando en las infinitas posibilidades que había de que ese misterioso joven fuera producto de mi imaginación. Pero esta vez no era así. Nunca había conocido a nadie como él, ni en el colegio ni en ningún lugar había visto nunca alguien que se le pareciera. Lo cierto es que el tema de los aborígenes era algo tabú en mi casa, aun quisiera saber la razón.
Los pensamientos inundaron mi cabeza, las preguntas y las curiosidades, cuando sentí un leve crujido en mi estómago, era la hora de comer. Me incorporé y me puse una camiseta de mangas largas y unas calzonas celestes para ir por casa y por supuesto, no llevaba zapatos, cosa que mis padres odiaban.
Bajé al comedor, mis padres ya estaban comiendo la pasta que mi madre había preparado. Me puse un plato y comencé a comer, casi estuve en silencio toda la comida mientras mis padres conversaban sobre lo interesantísimo que ha sido para mi madre el trasplante que había hecho ese día.
Terminé y fui al salón donde tenía el piano de pared de mi padre y estuve tocando, mi padre me enseñó a hacerlo cuando era niña y lo amaba. La música era otra de mis pasiones, también tocaba la guitarra, la armónica y me encantaba cantar.
Pasé en el piano un buen rato y después subí a mi cuarto a estudiar un poco, o a fingir que lo hacía… generalmente no necesitaba estudiar, solía aprobar sin hacerlo aunque no con notas brillantes, claro. Me senté en el suelo de mi habitación, sobre la alfombra, con los libros de biología y matemáticas delante y cogí uno de los cuadernos. Comencé a dibujar, al principio las típicas tonterías que te distraen, luego lo pensé bien y me concentré en el rostro de Anouk, le dibujaría a él. Quería asegurarme de que si no volvía a verlo, al menos no olvidaría aquella cara. No se me daba mal pintar y solía hacerlo así que con mi bolígrafo de tinta líquida negro y una hoja de cuaderno empecé a trazar la forma marcada de su mentón llegando a la barbilla y haciendo así la forma de su cara. Seguí por sus grandes ojos marrones, después de sus cejas a su nariz y finalmente pinté sus labios. Contemplé mi boceto algo indecisa y le di rápidamente las sombras.
Arranqué la hoja del cuaderno y la miré fijamente, para mi sorpresa era perfecto, le plasmé esa expresión de curiosidad en la cara de la primera vez que le vi. 
Después de observarlo un par de minutos buscando fallos –yo era muy perfeccionista cuando pintaba- caí en algo que no había pensado hasta entonces… Anouk era realmente guapo, sus facciones duras y tan serenas a la vez. Tenía un rostro especial. 
Jugueteando con el bolígrafo en el cuaderno e intentando leer algo de lo que tenía que estudiar, al final, me había quedado dormida en el suelo, con la cabeza apoyada en la madera de la cama. Ya era tarde, casi anochecía y me sentía desanimada siempre que dejaba pasar una tarde sin hacer nada, odiaba desaprovechar el tiempo.
Recogí mis libros, me senté en el escritorio y alcancé mi diario de la estantería que había sobre la mesa. Escribí todo lo que había ocurrido, de cabo a rabo, doblé mi dibujo de Anouk y lo guardé en la página de aquel día, con la esperanza de que ese chico que había conocido no quedara perdido en las páginas de mi diario.
Me duché después de eso y mi madre me llamó para cenar, aunque no tenía mucha hambre y me fui directa a la cama con mi libro, Paraíso Inhabitado, que me encantaba desde luego. 
Casi pasé dos horas leyendo y terminé el libro, que tampoco era muy grueso, y lo dejé sobre mi mesilla de noche.  Clavé los ojos en las pequeñas luces que rodeaban mi cama, yo misma las puse ahí por la luz tan tenue que daban a la habitación y me puse a pensar en esas cosas que piensas antes de dormir, en todo y en nada a la vez, que sea lo que sea se acaba mezclando con el sueño que estás a punto de tener y cuando pasaron unos minutos, justo cuando estaba pensando en lo mucho que me gustaba la mecha roja que una compañera de clase se había puesto, me quedé dormida. 

Pasaron los días y las semanas tan monótonas como hasta entonces, no ocurrió nada salvo el cumpleaños de mi padre, que lo celebramos en casa de mi abuela con el resto de mi familia paterna.
No había vuelto a ver a Anouk ni a saber de él, pensé en volver a ir a la selva, pero no podía arriesgarme, si mi padre hubiera comprobado que no estaba en los alrededores antes de que llegara yo, me podría haber ido olvidando de montar con Nala y no quería que se repitiera ese riesgo.
Ya terminaba julio, era una noche fría y, después de cenar, me hice unas palomitas y me puse la película de Moulin Rouge tirada en el suelo de mi cuarto sobre el edredón que había puesto en él. Me encantaba estar echada viendo una película y comiendo palomitas, en el calor de mi cuarto con las luces pequeñas encendidas… era de esos momentos en los que respiras hondo y sueltas el aire lentamente, sintiéndote realmente tranquila.
Canté todas las canciones de la película gritando como una loca, me las sabía de memoria. Cuando la película terminó, me acerqué al televisor a quitarla, aun con lágrimas en los ojos y dispuesta a poner otra película -adoraba pasar noches enteras viendo películas- y entonces la ventana de mi cuarto se abrió de repente con un golpe seco. Dí un brinco y retrocedí en cuclillas hasta la esquina de mi habitación. Me temblaban las piernas, empecé a oír golpes en la pared y, de repente, alguien entró de un salto por la ventana. No pude verlo ya que tenía la cara tapada con un cojín, si me iban a matar prefería no verlo. Cuando vi que los segundos corrían y no ocurría nada, bajé el cojín lentamente, con los ojos entrecerrados y las manos temblorosas como una gelatina y observé la figura de un chico frente a mí. Era él.
Anouk me observaba con una sonrisa de oreja a oreja, al parecer subir hasta ventanas de guardillas era muy normal… Me quedé sin habla un instante y luego reaccioné.
-¿Anouk? Pensé que no volvería a verte, ¿cómo has…?
- ¡Shh! –me interrumpió- Si gritas tus padres nos oirán.
Entonces caí en la cuenta, eran las dos de la madrugada y había un joven aborigen sin apenas ropa en mi habitación. Si mis padres se enteraban me mataban.
-Ven conmigo, vamos –le susurré a Anouk cogiéndole del brazo y arrastrándole hasta la puerta-
Anouk me siguió sin pensarlo dos veces y, sin soltarle el brazo, le llevé por toda mi casa hasta la puerta de entrada. La abrí con cuidado y salimos fuera de la manera más sigilosa posible.
-Por la ventana habría sido más fácil –añadió divertido-
-Realmente habría sido más fácil que no me dieras ese susto ¿no crees? –murmuré irónica-
Corrí hacia la cabaña y Anouk me siguió, hacía muchísimo frío y yo tan solo había salido con una sudadera de pijama  y un pantalón corto.
Entré en la cabaña seguida de Anouk, que se quedó sorprendido al verla; el suelo estaba con una moqueta muy gruesa y las paredes cubiertas de trozos de telas de colores diferentes, había una cama, un sofá, televisión, mi guitarra, mi teclado eléctrico y todo lo que necesitaba. Lo que me fascinaba de esa cabaña es que era como estar dentro de un cojín, entre el suelo, las paredes y todos los cojines y mantas que tenía repartidos por allí… era mi otra casa.
Se paseó curioso por la cabaña, mostrando su asombro ante un lugar tan colorido, desde luego lo era. Luego se volvió hacia mi con una amplia sonrisa.
-Bien –dije- ahora es cuando me explicas cómo es que has aparecido en mi habitación de improvisto.
- No lo sé –contestó, encogiéndose de hombros- me acordé de ti y vine.
-¿Has venido a pie? –pregunté alarmada-
- En caballo, yo también tengo –añadió riendo- lo he dejado con Nala.
-Madre mía, esto es de locos –murmuré por lo bajo- si te pillan aquí…
-No te preocupes Clair, nadie va a enterarse.
En ese momento me di cuenta de que Anouk hablaba mi idioma a la perfección, mucho mejor que como lo recordaba.
-¿Cómo es que hablas tan bien ahora? –inquirí-
-Mi madre me ha estado dando unas lecciones, ella sabe hablar tu lengua muy bien –dijo orgulloso-
Le sonreí y me senté sobre la cama, con las piernas cruzadas a lo indio y Anouk inmediatamente se sentó frente a mí en el suelo.
Estuvimos hablando de cómo nos había ido hasta entonces, también me pidió que le contara de qué iba la película de Moulin Rouge y que le hablara de mis padres, hoy Anouk venía preguntón, ésta vez me tocó hablar a mi más, por desgracia, ciertamente me gustaba más escuchar que hablar, no solía hablar mucho sobre mí, era bastante reservada. 
Pasó un buen rato y decidí que podíamos ver una película, según me dijo Anouk, nunca había visto una.
Miré las películas que tenía allí, que no eran muchas pero tenía Titanic, pensé que era la típica película que todo el mundo tiene que ver alguna vez y él no iba a ser menos.
Puse Titanic en la televisión de la cabaña y tiré unos cojines al suelo, frente a los pies de la cama y nos sentamos allí, apoyando la espalda en el borde de madera y sentados en el suelo frente a la pantalla.
Cuando la película estaba acabando, yo casi daba cabezadas pero Anouk tenía los ojos como platos y, para qué mentir, se le estaban saltando las lágrimas. Esbocé una sonrisa al verle, adoraba ese tipo de cosas, ver a un tipo duro llorando era una de ellas.
La película terminó y me levanté a quitarla, Anouk fingía estar impasible, creo que no le gustaba la idea de que una chica le viera llorar.
-Llorar es humano –le dije con media sonrisa, poniéndome en cuclillas a su lado-
-Lo sé –asintió riendo mientras una lágrima, que rápidamente se secó, caía por su mejilla - ¿Y todo eso ocurrió en la realidad? –preguntó con voz ronca-
-Por desgracia sí, ya hace mucho tiempo pero así es –le contesté-
-Vaya...
Le dí un golpecito amistoso en el brazo y desvié la vista a la ventana, estaba a punto de amanecer. Anouk se levantó.
-Tengo que irme, a mi familia no le gusta que salga solo y pronto se darán cuenta de que no estoy –dijo Anouk, echándose el pelo –hoy sin cinta- que le caía en la cara hacia atrás-
-Claro, vamos.
Apagué las luces y me dirigí a la puerta seguida por él. Salimos fuera, nos quedamos parados mirando amanecer en el horizonte. Hacía mucho frío, pero los rayos de sol que comenzaban a salir lo compensaban ligeramente.
Anouk fue a por su caballo, era un brumbie precioso.
-¿Cómo se llama? –le pregunté, acercándome al animal-
-Aníbal –dijo acariciándole el morro- lo domé yo mismo.
    Nos quedamos mirando el amanecer un par de minutos y después, sin preaviso, Anouk se me acercó y me abrazó. Con su altura y los brazos tan fuertes que tenía, me rodeó y me estrechó contra su pecho. Sin poderme contener, le rodeé la cintura con los brazos y le apreté fuerte, saboreando ese abrazo, el mejor abrazo que me han dado nunca.
Sólo habíamos tenido dos encuentros, pero al instante encajamos a la perfección. Era increíble que por sorpresa nos hubiéramos topado los dos con alguien igual a nosotros, con quien nos complementamos. Alguien que sería un verdadero amigo. Él era especial, era único y me estaba dando un abrazo sincero, de esos que no te gustaría romper nunca.
Cuando nos separamos nos miramos sonrientes.
-Siempre me han dicho que mucha gente no nos acepta… pero tú eres especial, nunca me había sentido tan bien con nadie, es bonito hablar contigo –dijo Anouk, se llevó la mano extendida a su pecho y después al mío-Aquí.
-Esto parece un cuento –susurré, negando con la cabeza- tú, tú eres especial Anouk.
Éste sonrió ligeramente y me dio un pellizco cariñoso en la mejilla antes de subirse a su caballo de un salto y salir al galope en escasos segundos.
Le observé mientras se alejaba en el horizonte, madre mía –pensé-. No creía que pudiera estar pasando aquello, Anouk era perfecto; inteligente, era alegre, interesante, tenía un corazón que no le cabía en el pecho y era libre, estaba libre de todas las influencias de la sociedad, aunque por desgracia estaba condicionado por ella.
El tema me dio que pensar y cuando caí, estaba mirando a la nada muerta de frío.
Entré corriendo en la casa, lo más silenciosa que pude y subí a mi habitación. Apagué todas las luces y me acosté sin poder evitar pensar, cómo había llegado a tener ese segundo encuentro tan repentino. Tanto en tan poco.
Al abrir los ojos después de dormir de un tirón miré el reloj, ya eran las tres y media del medio día y mis padres ambos habían salido a trabajar y aun no habían vuelto.
Me levanté, más despeinada que nunca y me dirigí a la cocina, estaba hambrienta así que puse una pizza en el horno y me fui a asearme mientras se hacía.
Comí, después me vestí y salí a montar con Nala durante la tarde, al caer la noche mis padres volvieron y cenamos juntos.
El día se me pasó volando, con lo tarde que me había levantado era normal aunque adoraba dormir sin preocuparme por la hora para levantarme.